La palabra paz procede del latín ‘pax, pacis’ y, tradicionalmente has sido definida y entendida como la ausencia de guerra, es decir, como un periodo de estabilidad y armonía donde no hay enfrentamientos ni conflictos.
Tomando como referencia a la catedrática de la Universidad de Granada Cándida Martínez López, podemos decir que, a lo largo de nuestra historia occidental, la paz ha sido representada como mujer, tomando como referencia a la diosa griega Eiréne, siempre unida a la idea de prosperidad y bienestar.
La paz no es solo la ausencia de guerra sino la defensa constante de los derechos humanos, de la justicia social y de la igualdad.
La división jerarquizada entre el género masculino y femenino ha dado lugar a que, por lo general, los hombres y las mujeres adopten actitudes y posiciones diferentes ante el conflicto. Las mujeres de las sociedades antiguas nunca formaron, formalmente, parte de los ejércitos, es decir, no fueron ciudadanas de pleno derecho ya que en el mundo antiguo ciudadanía, poder y ejército iban de la mano. La guerra era cosa de varones, y los ciudadanos eran clasificados según su forma de participar en ella. Por tanto, la participación de las mujeres en la vida de la ciudad quedaba reducida a su potencial capacidad de parir soldados, es decir, ciudadanos. Por este motivo, es común encontrar en nuestra cultura occidental la asociación de los hombres con la guerra, la violencia y el militarismo, y de las mujeres con los valores pacíficos, pero debemos tener claro que esto no se debe a una predisposición natural para la paz o la violencia en función del sexo sino a una más de las múltiples construcciones de género.
Sin embargo, es innegable el hecho de que las movilizaciones de mujeres han incluido muy a menudo la paz entre sus reivindicaciones. Desde finales del siglo XIX y sobre todo durante el siglo XX la posición de las mujeres a favor de la paz adquiere una dimensión de acción colectiva y pública. Sufragismo y pacifismo primero, y feminismo y pacifismo después, se han dado la mano en múltiples ocasiones para justificarse y reforzarse mutuamente. Esto puede deberse a que de igual modo que podemos afirmar que las mujeres siempre han estado del lado de la paz de forma activa o pasiva, también podríamos afirmar que las mujeres fueron y siguen siendo las que sufren, en gran medida, las consecuencias de la violencia estructural de unas sociedades organizadas y dirigidas por varones.
En este momento en el que la geopolítica mundial es convulsa y los estados parecen estar adquiriendo una inercia bélica, debemos ampliar nuestra mirada y entender la paz no solo como la ausencia de guerra sino como la defensa constante de los derechos humanos, de la justicia social y de la igualdad, para lo cual resulta imprescindible la eliminación de la violencia estructural por razones de género.