
Es un problema endémico de las carreras científicas
Nuria García, paleontóloga e investigadora en la Universidad Complutense de Madrid, encarna el equilibrio entre la pasión por la ciencia y los desafíos de la conciliación personal. Con una trayectoria marcada por su especialización y su participación en excavaciones emblemáticas como Atapuerca, García ha abierto camino en un ámbito tradicionalmente masculinizado. En esta entrevista, reflexiona sobre su carrera, la lucha de las mujeres por ocupar espacios de liderazgo en la investigación científica, y su experiencia vital como madre y científica en movimiento. Desde una casa de pueblo convertida en alojamiento de quienes excavan hasta los laboratorios de Berkeley, su relato evidencia que los fósiles no son lo único que sobrevive al paso del tiempo: también lo hace la vocación.
Nuria García, como muchas otras mujeres, ha tenido que hacer valer su profesión y anteponerla, en ocasiones, a su vida personal. “Yo me voy de excavación y me voy un mes entero, con todo lo que eso supone”, afirma. Y añade: “Hoy en día tener un hijo es algo que a las mujeres nos afecta al 100%”. Sus compañeros, sin ir más lejos, “viven más relajados, porque tienen otros apoyos”. Ella sólo faltó a
una excavación en junio de 2012, el mes en que dio a luz: “Mi marido se pide las vacaciones en el mes que yo trabajo para quedarse con nuestra hija. La conciliación laboral la tiene él”.
En 2019, la Universidad Complutense le concedió un proyecto de tres meses en California, donde pudo trabajar acompañada por su hija. “Soy consciente del privilegio. Me he ido de viaje y he podido llevarme a mi hija conmigo, pero cuando no, iba a campamentos, llamándose a sí misma ‘niña mochila’”, relata entre sonrisas.
Reivindicar desde la trinchera científica
En la exposición “Mujeres en Atapuerca” se reivindicó el papel de las mujeres en la ciencia. ¿Cómo ha sido su experiencia personal en un campo históricamente masculinizado?
Vivimos en una época en la que, si miramos atrás, vemos la masculinización en prácticamente todas las profesiones. Cuando tu profesión se puede compaginar con la vida cotidiana, es más fácil ver a mujeres en puestos de presidencia. Pero en la ciencia no hay horarios, y eso lo complica todo. Pertenezco a una generación en la que éramos muchas estudiantes, pero pocas hemos continuado, y menos aún hasta alcanzar puestos de responsabilidad. En cambio, casi todos los hombres continuaron. Es un problema endémico de las carreras científicas. Aunque quiero señalar que, en arqueología, hay muchas mujeres: otra cosa es que lleguen a lo más alto. Afortunadamente, ahora se empieza a abrir el camino.
¿Qué le llevó a estudiar Paleontología?
Nunca pensé en ser paleontóloga. Siempre me ha frustrado escuchar a quien desde pequeño ya sabía lo que quería ser. A mí me gustaban los animales, pero era algo muy general. Luego descubrí que me encantaba la biología, aunque es un campo enorme. No fue hasta tercero de carrera, cuando cursé la optativa de Paleobiología, que me enganché. A raíz de eso me invitaron a una excavación en Atapuerca y desde ese momento supe: “De aquí no me mueve nadie”.
¿Qué recuerda de esa primera excavación?
Fue una aventura. Viajamos de noche, con todo por organizar. Nuestra “residencia” era una casa de pueblo donde, en invierno, se guardaban animales. Dormíamos en camas portátiles. Pero eras joven, y dormías donde fuera. Ahora, por suerte, las condiciones han mejorado mucho.
¿Existen sesgos históricos en la manera en que se han narrado los roles de mujeres y hombres en las sociedades prehistóricas?
Eso depende de la persona que investiga, pero no podemos olvidar que el contexto social de antes no es el actual. Hoy se están abriendo nuevas líneas de investigación con cierto enfoque de género, muchas de ellas lideradas por mujeres. Sería muy interesante abrir más investigaciones desde esa perspectiva.
¿Cree que los fósiles nos enseñan sobre empatía, cooperación o diversidad?
Hay casos reveladores. Algunos fósiles muestran señales de haber sobrevivido a situaciones muy duras gracias a la ayuda de otros. Sabemos, por ejemplo, de un individuo con una infección bucal que no podía alimentarse solo. O de una niña con una patología neurológica. Estos casos evidencian cooperación y cuidado dentro del grupo.
Ha trabajado en varios países. ¿Ha notado diferencias en cómo se valora a las científicas?
En EE.UU., especialmente en Berkeley, o en países africanos donde he trabajado, he visto más igualdad. Tienen sus propias reivindicaciones, claro, pero hay más paridad. En España estamos avanzando, pero más despacio. Y aunque nadie regala nada, hay que dar empujones a las mujeres, porque muchas arrastran una carga que los hombres no.
¿Quién es su referente?
En mi despacho tengo una foto con Jane Goodall. Aunque no trabajo con primates, lo que ella logró fue un milagro. Es un referente indiscutible.
¿Qué mensaje le daría a las niñas que sueñan con seguir sus pasos?
Que se rodeen de personas que entiendan su vocación. Que trabajen duro y piensen en ellas mismas. La investigación exige mucho, especialmente al principio. Pero merece la pena.
¿Cuál es su próximo sueño?
Retomar un proyecto personal que se canceló por la pandemia. Y seguir apostando por los pequeños proyectos, que también tienen gran valor. Como docente, mi sueño es que mis doctorandas encuentren su sitio. Porque no sólo excavamos fósiles: también formamos a personas.
Resiliencia con nombre propio
Nuria García no solo ha contribuido al conocimiento de la prehistoria desde su especialidad, sino que también se ha convertido en un ejemplo de cómo la ciencia y la maternidad no son caminos incompatibles. Su papel como docente, su vocación investigadora y su constante reivindicación de la presencia femenina la posicionan como referente para futuras generaciones. Con proyectos en marcha y muchos sueños aún por cumplir, su historia —como las que excava en el sedimento del tiempo— habla de resiliencia, pasión y una profunda convicción en el valor humano, tanto del pasado como del presente.
