Fotografía: Captura de pantalla del vídeo «No estás sola / Vídeo de sensibilización sobre la sumisión química», de la Unidad de Igualdad de la Universidad Complutense de Madrid. Zampanò Producciones.
El término sumisión procede del latín ‘submissio’ que significa allanamiento o sometimiento. La sumisión química hace referencia a la administración de sustancias químicas que tienen efectos psicoactivos (drogas, alcohol, narcóticos, etc.) a una persona, sin su consentimiento y sin su conocimiento, con fines delictivos. De esta forma, se pretende modificar su estado de consciencia, su comportamiento o anular su voluntad. En ese estado de sumisión, la persona puede ser víctima de cualquier tipo de delito, pero la realidad es que los delitos más frecuentes son de índole sexual y la víctima es, en su mayoría, una mujer joven menor de 30 años. De hecho, según datos de los Servicios de Química y Drogas del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses (INTCF), en más de un 80% de los casos de delitos de índole sexual investigados judicialmente se detecta sospecha de sumisión química.
Generalmente, se habla de tres tipos de sumisión química. La sumisión química premeditada o proactiva, es aquella que se da cuando el agresor proporciona a la víctima una sustancia incapacitante y desinhibidora con el objetivo de someterla sexualmente. La sumisión química oportunista que ocurre cuando el agresor se aprovecha de la víctima que se encuentra en estado de inconsciencia a causa de alguna sustancia que consumió ella misma voluntariamente. Y la sumisión química mixta que es aquella que se da cuando se entremezclan las dos situaciones descritas anteriormente.
Entre los signos de alerta más frecuentes entre las víctimas estarían: la amnesia completa o parcial, la resaca desproporcionada en relación a lo que bebió o síntomas que no concuerdan con el consumo, la sensación de que sucedió algún hecho de naturaleza sexual, despertarse desnuda o con la ropa desarreglada o despertarse con una persona desconocida al lado o en un lugar extraño.
Podría decirse que, en la última década, el término sumisión química ha ido ganando terreno en el debate público. Aquí, es importante reflexionar acerca de que, aunque la denominación de tal fenómeno puede hacer que parezca algo nuevo o reciente, lo cierto es que el origen de la conducta no lo es en absoluto. La tradición y la cultura patriarcal hace que se conceptualice a las mujeres como cuerpos siempre disponibles para satisfacer el deseo sexual masculino, quieran o no, lo deseen o no, sean conscientes o no. De esta manera, la sociedad interioriza que las mujeres son potenciales víctimas de agresión sexual y a partir de ahí las medidas que se proponen son de protección. Así nacen proyectos como las pulseras centinela. Estas pulseras son test rápidos capaces de detectar hasta 22 drogas en la bebida, pero son de un solo uso, es decir, cada vez que se consume una copa habría que testarla con una nueva pulsera y tienen un coste económico de entre 2 y 5 euros.
En definitiva, destinar todos nuestros esfuerzos al desarrollo de medidas que permitan a las mujeres “protegerse” de una agresión sexual es como poner una tirita en una herida abierta, es decir, algo temporal y que, de alguna manera invisibiliza la raíz de la problemática, la desigualdad como origen de las violencias sexuales.