Sentarse a definir qué es el feminismo no es tarea sencilla; parece una obviedad que todas las mujeres somos feministas o, al menos, deberíamos serlo. Pero siempre vuelve a mi cabeza la pregunta en cuestión: ¿qué es el feminismo? ¿Existe una definición simple, global e inclusiva con la que cualquier mujer se sienta identificada?

A lo largo de estos tres años de activismo, he tenido la suerte de hablar, debatir y escuchar a muchas mujeres (sobre todo, mujeres saharauis); y puedo asegurar que cada una de ellas comprende el feminismo a su manera. Por eso, creo que explicar el feminismo a través de ellas es la mejor manera para expresar su complejidad. Las mujeres saharauis pueden representar un abanico de realidades en las que existen prioridades diferentes.

Las mujeres saharauis que crecieron en España (países occidentales) suelen ser las que más abrazan las teorías feministas occidentales. En este primer grupo me encuentro yo. Somos niñas que hemos crecido lejos de nuestra cultura y de nuestra familia; pero, de alguna manera, siempre se nos exige ser de ambos sitios e incluso procesar una religión en la que nadie nos ha formado.

Aunque, en su gran mayoría, estas mujeres han tenido acceso a un nivel superior de estudios, acceso al mercado laboral e, incluso, han podido regularizar su situación con el tiempo, también existe otro grupo que no ha podido acceder a nada de lo anterior, ya sea por el abandono de su familia de acogida o porque han tenido que apoyar, económicamente, a sus familias biológicas y no han tenido más remedio que abandonar sus estudios para poder hacerlo. En este segundo caso, donde entramos en el concepto de clase dentro del feminismo, nos encontramos con mujeres que han tenido mayores dificultades para formarse y acceder a mejores oportunidades. Esta situación hace que tengan otras prioridades, como en cualquier sociedad.

Las saharauis de la diáspora solemos pecar de ser las exportadoras del feminismo a nuestro territorio de origen. Queremos que nuestras madres y abuelas comprendan nuestra “correcta” concepción feminista y, en muchas ocasiones, ello produce un choque frontal de ambas realidades. Aunque nos une con nuestras madres el sentimiento identitario, lo cierto es que ellas no nos conocen tan bien como creen y nosotras, a ellas, tampoco. Nuestras madres son sabias conocedoras de nuestro pasado, procesan el Islam y tienen más miedo al qué dirán que nosotras. Pero nosotras tenemos esa necesidad imperante de encajar, de hacerlas felices y complacerlas a cualquier precio.

En nuestra cultura, la educación de una hija si es impecable suele asociarse al padre, pero, si es una “pecadora”, se asocia, siempre, a nuestras madres. Como ejemplo, una anécdota: el pasado año visité a mi familia en los campos de refugiados por primera vez tras una década. Recuerdo, perfectamente, que era durante el mes de Ramadán y apenas te podían saludar los hombres. Pero, en mi caso, era distinto; sentía cómo muchos hombres se acercaban con admiración y reconocían mi trabajo de activista. Pero, al mismo tiempo, me parecía sorprendente que las mujeres de mi casa infravalorasen tanto mi exposición en redes sociales, alegando que no vestía la indumentaria tradicional. En este ejemplo, se puede apreciar cómo los hombres habían cambiado mi rol/género y me consideraban uno más; pero mis madres recibían las críticas sociales y las opiniones sobre cómo vestía y me exponía. Nadie llamaba a mi padre para eso.

Creo que lo mejor, en esos momentos, es adoptar una actitud serena, intentar explicar y comprender la realidad de nuestras madres. Llegar a entender esto me ha costado casi una década, porque lo complejo siempre es convencer desde la empatía, la sororidad y la escucha.

Conozco a muchas mujeres saharauis que han adoptado una posición firme contra el qué dirán y han decidido vivir su vida de la mejor forma que consideran. Esto representa un acto muy valiente por su parte y crea la figura de referentes, pero es cierto que, muchas veces, estas mujeres quedan, automáticamente, aisladas de la sociedad y se ven forzadas a renunciar, incluso, a su identidad. Esto es algo que yo misma he experimentado.

Por otro lado, he de mencionar la experiencia de mis madres, una experiencia a la que, muchas veces, no le he dado el valor suficiente. Nuestras madres son mujeres con las que compartimos muchas cosas, aunque no lo creamos; son mujeres resilientes que no han tenido más remedio que vivir para los demás. Lo han sacrificado todo para criar a sus hijas, construir un Estado, sobrevivir a la guerra, al hambre, al exilio y al despojo de todos sus derechos. Pero, también, hemos caído en la narrativa de Occidente, la de romantizar su pobreza y reducir sus esfuerzos a los logros del pasado. Para nosotras, es difícil asumir que nuestras madres son pobres y viven bajo mínimos, aunque sea por imposición.

Cuando te sientas con ellas e intentas sonsacar algo de información, te das cuenta de que han bloqueado muchos de los recuerdos de su infancia y juventud. No han podido decir: “hoy quiero descansar”, “hoy me quiero mimar”, “voy a ir a la universidad”… Esas frases tan comunes para nosotras, pero que ellas no han podido plantearse, siquiera.

Comprender sus contextos es fundamental para no infantilizar a las mujeres de otros lares ni hacer más pequeño su feminismo; un feminismo igual de válido que el de cualquiera de nosotras. Porque el feminismo entiende también el tiempo y es flexible para que cada mujer lo construya por sí misma. Por ello es tan complejo definir el feminismo y, sobre todo, sentirse representada dentro del mismo cuando su agenda de prioridades puede no acercarse a las tuyas.

Como se puede ver, el avance del feminismo es homogéneo en la sociedad saharaui, ya que las mujeres siguen en lucha por recuperar su territorio, por poder educar a sus hijas y no tener que delegar su educación a familias de acogida, por independizarse económicamente de sus familias, y un largo etc de derechos que le han sido arrebatados.

Puede que mis reflexiones no se ajusten a las de muchas mujeres, también que cambien con el tiempo, e incluso se transformen cuando tenga mis propias hijas.