
Formación y ética en la información, valores esenciales en Democracia
En la licenciatura de Ciencias de la Información, que cursé hace décadas, construían las mentes de las futuras generaciones de periodistas y profesionales del mundo de la comunicación con un firme propósito: acomodar la preparación universitaria de una carrera -que mucha gente suponía innecesaria- a los marcos normativos y deontológicos democráticos que desde 1977 marcaron los códigos legales y sociales en España.
Era la base imprescindible para que quienes íbamos a tener la importante tarea de informar, formar y entretener a la opinión pública tuviésemos claros conceptos que hoy parecen haberse olvidado: qué eran los derechos fundamentales y su jerarquía, cuáles eran los objetivos de la información y la opinión, las diferencias entre lo público, lo privado y lo íntimo y que la ética y el rigor estaban por encima de los principios económicos de una empresa informativa.
Aprendimos -más cuando iniciamos nuestros pasos en la profesión- el lado oscuro del mundo de la información: que muchas de estas cuestiones se vulneraban en mayor o menor medida, que el intrusismo profesional y la carrera por vender más y más rápido no ayudaban a mantener este purismo ético de quienes soñamos con informar sobre hechos de interés público de forma veraz, relevante y oportuna y de ser la voz de los que no la tienen con los poderes públicos y privados.
Aún más, descubrimos que el narcisismo de la profesión llevaba a colegas de antiguas y nuevas generaciones a cegarse con la soberbia de pensar que el derecho a la información y la libertad de expresión estaban por encima del resto de derechos. Sin embargo, los derechos fundamentales personales, como los que garantiza la Constitución Española, están por encima de los intereses públicos o colectivos y esta regla de oro se olvida de forma recurrente.
Valgan estos párrafos introductorios para plantear no la terrible noticia de la que pudo ser publicación de un libro, El odio, que representa todas estas vulneraciones de las que he hablado en las anteriores líneas, sino del debate que se generó en los medios y las redes sociales ante las medidas legales, pero sobre todo éticas, que contra esa futura publicación se tomaron. Destaco, además, la perspectiva de género en este caso, porque la mayor desigualdad que se produce entre mujeres y hombres es la violencia de género y este relato y la polémica planteada en torno a él es un claro ejemplo de abuso y violencia contra tres víctimas de esta violencia. Perpetuar en este caso la violencia vicaria, que se ensaña a la vez con la memoria de los menores asesinados y perpetúa con enorme virulencia a su madre cuyo infierno en vida sigue atormentándola más de 15 años, es romper la armonía democrática e igualitaria que defiende nuestro marco jurídico. Y, además, en este caso, por parte de quien asume el papel de informante y vigilante de los poderes públicos y privados en nombre de la ciudadanía, los y las periodistas.
Me estremeció escuchar y leer en esta segunda quincena de marzo, en las tertulias radiofónicas, en los debates televisivos y en algunas columnas de opinión cómo se reivindicaba por encima de cualquier otra cuestión la defensa a ultranza de las libertades de creación y de expresión. He reflexionado desde entonces qué motivó a tantosprofesionales del mundo de la literatura y el periodismo a eso discursos, y no puedo más que concluir que fue una mezcla de soberbia e ignorancia. Para quien pueda tener interés en las transgresiones que se cometieron en estas conversaciones emitidas o publicadas, enumero las tres que considero más relevantes pudiendo hacerse de este caso una interesante tesis doctoral de ejemplo negativo de deontología profesional:
El escrito en sí no conlleva noticia, ni información relevante ni cambio alguno a los hechos terribles que todos pudimos conocer en su momento por las noticias que los medios nos dieron o por la misma sentencia que aclara las investigaciones y los hechos y es de consulta pública. La única aportación es la extensión y perpetuación de la violencia vicaria sobre la madre de los niños asesinados y el morbo y sensacionalismo que desde hace ya décadas está señalado por los códigos de los medios como de distorsión del periodismo. Como expresó Sonia Vaccaro en 2016, “el maltratador sabe que dañar o asesinar a los hijos/hijas es asegurarse de que la mujer no se recuperará jamás”. Y publicar más allá de la información ya dada, es ayudar a esta tarea del asesino de hacer sufrir a la madre de los asesinados.
Según la ley, la víctima de violencia vicaria, la madre, tenía que haber sido informada del libro que tenía intención de publicarse y si éste no salió a la luz fue por la presión social que, más sensata que algunos opinantes profesionales, ejerció sobre la editorial hasta que ésta valoró suspender el lanzamiento del libro. La excusa del autor de que no le interesaba la versión de ella y que no quería “mortificarla” no es eximente de esta obligación legal. Por ello, defender en este caso la “libertad creativa” por encima de derechos personales fundamentales ayuda a la tarea del asesino a continuar sus tareas delictivas.
Asumir desde el periodismo la tarea de ser adalides de los derechos y las libertades defendiendo el espacio democrático de nuestro país es un trabajo que implica un conocimiento exhaustivo de las normas legales y sociales y una responsabilidad ética consecuente con el efecto que tienen las palabras lanzadas desde las tribunas de la información. Lamentablemente no se midió en marzo el efecto que defender a ultranza la expresión y la creación tuvieron sobre la víctima superviviente y sobre la memoria de las víctimas que fueron asesinadas. Las causas del periodismo van mucho más allá de estos dos derechos que, por supuesto, hay que proteger. Sirva este enorme error para aprender de él cuando a diario la creación y la expresión está siendo la vía de transmisión de numerosos delitos (odio, acoso, etc.). La solución no es la censura, sino el conocimiento.
A la fantástica frase del referente de periodistas Ryszard Kapuscinski, de que “para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias”, yo sumaría la necesidad de una completa y continua formación. Solo así nuestro periodismo será el garante que necesitamos para que nuestra sociedad sea mejor, más justa e igualitaria.