La masculinidad ha sido construida desde la negación de la vulnerabilidad, la sensibilidad y el cuidado. La división sexual del trabajo conectó masculinidad con trabajo productivo y feminidad con reproductivo. Si la identidad “ser hombre” está vinculada a la producción y la de “ser mujer” a la reproducción, la autorrealización para las mujeres se asocia con ser madre, no así para los hombres con ser padre. Por ello, la paternidad se siente alejada de la responsabilidad de la crianza más allá del aspecto proveedor. El cuidado ha sido, para los hombres, sinónimo de manutención.
El género es relacional y, por tanto, mientras el imaginario social respecto a la paternidad ha de ser transformado, también debe repensarse el constructo maternidad. Naturalizar la maternidad cuidadora acaba justificando paternidades ausentes. Debemos acabar con el mito del reloj biológico que supuestamente poseen las mujeres para pasar a hablar de coeducación y de corresponsabilidad. La paternidad debe implicar necesariamente cuidados. Los padres se convierten en modelos de referencia para hijos e hijas y por ello es clave educar en igualdad, ser un referente con los propios actos. Diciéndole a tu hijo que sea un machote refuerzas la masculinidad hegemónica. No solo consiste en no llamárselo, sino en demostrar que tú tampoco lo eres.
Invertir tiempo es cuidar. Abrazar es cuidar. Conocer es cuidar. Escuchar es cuidar.
La paternidad tiene lugar en una edad clave para la masculinidad. La adultez se convierte en el momento de demostrarle a la sociedad todo lo aprendido hasta el momento: el mandato de la masculinidad hegemónica dicta ahora que toca centrarse, ser proveedor, “ganar el pan para mis hijos”, ser autoconsciente, responsable, cabeza de familia. Ser un hombre. La masculinidad en esta etapa también es contención, aparentar serenidad, calma, aportar razón, seriedad, control y autocontrol. ¿Cuántas veces hemos visto la figura del padre serio y la madre riéndose? “¡No te rías como una loca, te está mirando todo el mundo!”. Este autocontrol se exacerba en la paternidad, porque a los hombres se les ha enseñado que paternidad es autoridad y maternidad cariño. La paternidad confluye con un momento vital masculino que significa tensión de género, que se relaja en la etapa de la “abuelidad” porque coincide con el final del periodo del trabajo productivo.
Por eso la paternidad es una edad importante para repensar y deconstruir el modelo patriarcal.
Si los padres quieren cambiar el modelo de masculinidad para sus hijos, no solo hay que cambiar pañales y que el mundo vea lo padrazo que eres —lo que significa, como siempre en la masculinidad, estar en continua validación mientras se tiende a pensar que las madres son madrazas por orden natural—, sino atender en la crianza a una educación en igualdad, a enseñar modelos sexuales libres de violencias, a gestionar la emocionalidad, la afectividad y lo que implican las lógicas subjetivas del poder. La revolución real está en elevar los cuidados a primer orden en el ser humano, como nos ha dejado claro la pandemia por Covid.
La paternidad corresponsable, involucrada, constituye uno de los grandes elementos para lograr la igualdad. Y lo hace porque centra su actuación en el espacio privado. Las paternidades violetas cuidan de sus hijos e hijas, apuestan por la coeducación y la corresponsabilidad, generan modelos de referencia igualitarios para el futuro de las generaciones, se implican en todo. Y que ningún niño más tenga que escuchar que cuando sea padre comerá huevos, con todo lo que ello representa.