Mediante esta premisa, en la actualidad, la aceptación social de la homosexualidad masculina parece ligarse a que la expresión de género ante el mundo no se feminice: “nos parece bien que seas gay, pero no lo parezcas, que no se te note”. Este inteligente recurso patriarcal mantiene el orden de género y vuelve a esconder la homosexualidad —y, por ende, las masculinidades subordinadas — en el espacio privado con el eficaz “me da igual con quien se acueste”, aliándose con la táctica neoliberalista de la individualidad, que consigue descolectivizar. Así, la identidad ser un buen gay para el sistema es seguir performando como un hombre-hombre ante la sociedad y reducir lo codificado como femenino en el espacio público. Si lo homosexual no quita lo masculino, ser un hombre gay no exime de reproducir mandatos de la masculinidad hegemónica. ¿Puede el oprimido pasar a ser opresor? Evidentemente. Lo marica, entonces, símbolo del alejamiento de la masculinidad más opresora, necesita ser público porque también es político. Eso sí que representa la ansiada libertad.
Uno de los lugares donde la performance masculina se despliega con enorme crudeza son las aplicaciones de ligue, porque permiten el anonimato, la cantidad en encuentros, el ghosting fácil, el sexo rápido, la negación de empatía —reacciones y comportamientos muy relacionados con los mandatos de masculinidad hegemónica—. Cuerpos que se deshumanizan, trozos de carne que consumir y conquistar, bloqueos masivos en un clic, estética hipernormativizada por encima de cualquier valor, la posibilidad de decir lo que se quiere y cuando se quiere sin represalias aparentes. El músculo masculino detenta el poder en las apps: cuanto más hombre parezcas, más poder puedes conseguir. El poder de elegir, de ser el cuerpo deseado, de denigrar a todos los cuerpos no normativos: la performance de masculinidad otorga poder. “Tío de gym fuera del ambiente, no locazas ni gallinas con pluma, busco tío que se cuide para sexo sin compromiso ya. MascXMasc.” Este tipo de descripciones son numerosas en las aplicaciones de ligue gay. El patriarcado contemporáneo en estado puro.
Podríamos ejemplificarlo con una conversación básica:
- Hola, tío (quiero dejar claro que soy un hombre, aunque me gusten los hombres).
- Qué pasa, colega (no me achanto ante tu masculinidad, yo también soy un macho).
- Mándame un mensaje de voz (que quiero constatar que no tienes una voz aguda, lo que podría feminizarte).
- Paso, bro. Aquí heterocurioso, fuera del ambiente, buscando un tío-tío, no una locaza.
La plumofobia es el castigo a la expresión de género feminizada de los hombres gays, por lo que se convierte en la gran conjunción de homofobia y misoginia. La sociedad está convenciéndonos de que ser gay no está reñido con ejercer una masculinidad ruda, viril, patriarcal. La homofobia dentro del colectivo existe en buen grado: la figura del heterocurioso; la feminización misógina del lenguaje cuando se trata en femenino al cuerpo penetrado como forma de reproducir la dominación de lo masculino sobre lo femenino, simbólicamente representado en un cuerpo de hombre; el porno gay lleno de referencias en este sentido en el que se utilizan calificativos como puta o guarra en relaciones sexuales o la erotización de la violencia sexual hacia dicho cuerpo penetrado; la autodesignación del cuerpo activo y el cuerpo pasivo como identidad estática, que ha normativizado la sexualidad entre hombres, volviendo a separar lo masculino y lo femenino para, de nuevo, poner en la posición de poder lo masculino.
Los cuerpos de gimnasio, de músculos marcados y de demostración de la fortaleza y la virilidad han inundado los perfiles de redes de hombres gays, las carrozas del Orgullo o las fiestas de ambiente. La masculinidad se ha introducido como un valor extra en la homosexualidad y el temor a lo femenino cobra fuerza en aquello que fue disidencia. Otra victoria del patriarcado.
La respuesta más escuchada a todo esto suele ser que “no me gustan los tíos femeninos o con pluma, son mis gustos y punto”, como si, lo definido como gustos personales, no fuera en realidad otro proceso más de socialización en el que la influencia social y cultural cobra un sentido acerca de lo que nos debe y no nos debe atraer.
Además, la presencia de hombres en el Orgullo LGTBIAQ+ sigue siendo mayoritaria: cuerpos masculinizados copando los desfiles y celebrando, curiosamente, una diversidad que tiende a la normatividad. Solo hace falta echar la vista pocos años atrás, cuando el Orgullo se llamaba Orgullo gay, invisibilizando incluso en el nombre al resto de identidades u orientaciones.
La masculinidad violeta gay no repite patrones heteronormativos, sexistas y homófobos, elimina un lenguaje que denigra lo femenino.
La masculinidad violeta gay no repite patrones heteronormativos, sexistas y homófobos, elimina un lenguaje que denigra lo femenino. Y, sobre todo, alza al espacio público referentes con expresiones de género diversas. Desliga de una vez por todas masculinidad y seriedad. Todo lo feminizado ha sido denostado por no ser serio y, así, no ser referente. El poder debe residir en la diversidad humana. Si no, estamos condenados a la frustración eterna de alcanzar un ideal que ni siquiera nos representa.