Fútbol-masculinidad-españolidad ha sido un tándem inseparable desde mediados del siglo XX. Aún hoy, cuando eres un hombre se da por hecho que sabes de fútbol en múltiples ambientes. Si alguna mujer sabe de fútbol, es una sorpresa. Si algún hombre no sabe de fútbol, o lo compensa con otras actividades relacionadas con la masculinidad o su hombría será puesta en duda por el grupo de pares.
El fútbol se fue diversificando a lo largo del siglo XX para poder llegar a todos los hombres y convertirse en el gran espacio de homosociabilidad independientemente de la edad, la clase o la etnia; una cuestión de género que pudiesen compartir todos los hombres y donde poder canalizar abiertamente la teatralidad masculina basada en los valores asociados a la virilidad como la fortaleza, la valentía, el éxito, la rivalidad, la camaradería, la agresividad o la violencia. Desde dentro y fuera, espectadores, jugadores o hinchas.
Un mismo ocio adaptado a todos que generase un sentimiento de género, de pertenencia y cohesión. Así, podemos ver cómo los niños juegan al fútbol en la centralidad del patio del colegio; los jóvenes “echan un FIFA” por las tardes y juegan pachangas los sábados por las mañanas y los mayores ven los partidos en el bar con los amigos casi cada día. El padre pone el partido en la radio del coche en cualquier trayecto y el hijo mientras aprende el lenguaje y cultura futbolera. El rico reserva un palco para ver una gran final mientras el pobre la ve en el sofá de su casa el domingo por la tarde y ahorra un poco para llevar a su hijo a ver al equipo municipal: aprendes que has de pertenecer a uno de los dos grandes, pero también al de tu ciudad. Los amigos montan una liguilla en el barrio o en el pueblo mientras los niños coleccionan cromos de sus dioses y juegan a ver quién da más “toques” al balón.
Todos los hombres hemos compartido la necesidad de ser de un equipo, aunque fuera por obligación. Sentirte representado en un grupo de hombres que se dividen para competir. Porque esa es la esencia: la competición como base de una masculinidad heredera de la competición guerrera. Gritar cabrón al árbitro, maricones a los del otro equipo y demostrar que los tuyos salen a ganar, tienen huevos. El fútbol y la masculinidad han estado siempre relacionados. Los futbolistas se convierten en los principales referentes guerreros en España desde la época franquista cuando la masculinidad se encuentra en momento de crisis por la superación del ideal masculino castrense.
Por ello, el fútbol canaliza ese ideal y así podemos comprobarlo en el lenguaje bélico que adquiere: los partidos son duelos, batallas entre equipos, capitaneadas por un dios al que todo el mundo admira y con sentimientos de pertenencia masculina muy grandes ligados al grupo propio y odio hacia el contrario. El fútbol recoge el testigo de la masculinidad ruda militar: los cuerpos atléticos y fuertes que derrochan virilidad son admirados a través de las televisiones por todos los hombres del país. Guerreros, titanes, luchadores, el terreno de juego como campo bélico, gladiadores de espíritu combativo.
Otra característica del fútbol es la permisividad que otorga a los hombres para rebajar la tensión de género en cuanto a la emocionalidad. En el fútbol los hombres pueden tocarse, abrazarse, llorar, besarse, mostrar emociones cuando gana su equipo. ¿Por qué en el fútbol sí? Porque el hecho de que te guste el fútbol ya es una demostración de hombría.
Los jugadores de los equipos son considerados dioses, y se convierten en los grandes referentes para los niños, en los principales modelos a seguir. El inicio del siglo XXI trae consigo un cambio en el modelo de masculinidad con figuras como David Beckham o Cristiano Ronaldo. Una nueva forma de ser hombre más ligada al capitalismo. La figura del metrosexual revolucionará el paradigma de masculinidad de los 2000 para transformarse en alguien que liga la fortaleza propia del siglo anterior a un nuevo concepto, el del éxito individualista. Saber jugar bien al fútbol no es el único fin como modelo a seguir, sino también rentabilizarlo con marcas publicitarias y hacer dinero por encima de todo para triunfar en la vida. Los referentes de los niños hoy no son solo futbolistas, sino también multimillonarios.
Las masculinidades violetas comprenden que el fútbol ha constituido una estructura que ha mantenido un escenario masculinizado y masculinizador, socialmente instructor de una única manera de ser hombre que no representa la diversidad. Por supuesto, no es el fútbol en sí como deporte, sino la macroindustria creada a su alrededor lo que hay que cambiar desde la base.