Cuando no tienes trabajo y estás “desesperado o, más a menudo, desesperada”, siempre te quedará meterte a limpieza o a los cuidados: sin contrato o mal pagados y peor vistos. En la actualidad, en las sociedades occidentales y en aquellas con grandes desigualdades económicas, este tipo de trabajos son llevados a cabo principalmente por mujeres migrantes. En la Cadena Global de Cuidados, las mujeres están migrando para cuidar a hijos e hijas de otras familias, supliendo las fallas de un sistema que ha desvalorizado, por feminizados, los cuidados, y que sigue así justificando que la mitad de la población, es decir los varones, no se implique en ellos.
El valor económico y social de los trabajos es otorgado por la sociedad. Y en una sociedad patriarcal como la nuestra, en la que los cuidados están feminizados, “lo valioso” queda en el polo opuesto. Sólo cuando alguna tarea se masculiniza (para decir que algo va cambiando mientras se mantiene), se le añade valor social.
Un claro ejemplo en las últimas décadas lo vemos en la cocina: cuando las mujeres eran la mayoría, se las llamaba “cocineras”; sin embargo, cuando los hombres han entrado en ella, se les llama “chefs” y se les ha otorgado un mayor valor social y económico. Se ha profesionalizado, tanto fuera como dentro del hogar.
Esto también nos da pistas de cómo hay que desagregar los datos relativos a los trabajos realizados en los hogares: no solo hay que tener en cuenta los números estadísticos, sino los términos cualitativos en los que se realiza. Desde hace años, los datos relativos a la implicación de los hombres han subido, pero lo han hecho en cuestiones valoradas positivamente como la cocina, en temas relacionados con salir del hogar como hacer la compra y en el ocio en la casa como llevar a los niños y niñas a jugar al parque o jugar con ellos y ellas en casa.
La gran pregunta de la desigualdad será: “¿quién limpia los baños en casa?”, por la connotación que tiene limpiar, literalmente, la mierda de los otros y las otras.
La gran tarea pendiente de los hombres es la corresponsabilidad, cuantitativa y cualitativamente, porque la responsabilidad es de todos y todas. No podemos abrir una brecha entre el ámbito público y el privado porque así solo conseguiremos remarcar roles y comportamientos de género estancados. Y nos estancaremos de nuevo.
Para entender la confluencia entre masculinidad y (no) corresponsabilidad, observamos que cuanto más emocional es una tarea, más se alejan los hombres de ella. Cuanto más se requiere implicación, escucha, paciencia, empatía o mediación de emociones, más es realizada por las mujeres.
Las masculinidades violetas no “ayudan” en casa, se responsabilizan de sus tareas; desnaturalizan la feminización de los cuidados y dejan de justificarlos; comprenden que los cuidados son la base de nuestra humanidad y que, si los negamos, estamos negando la raíz de las interacciones entre las personas. Comprenden que todas las personas somos heterónomas, necesitamos ser cuidados y, por tanto, cuidar. Las masculinidades violetas asumen su parte en las consecuencias que implica vivir en sociedad, cuidar el espacio que habitan, implicarse en la carga mental que supone planificar la vida con otras personas. Comprenden que no se trata solo de hacer cosas. Las masculinidades violetas adultas se convierten en referentes de hombres positivos para los niños de hoy, que serán los hombres del futuro. Comprenden la urgente necesidad de elevar el cuidado y el autocuidado a la cúspide de la importancia social.