Confesiones íntimas
“Ahora que por fin lo he sacado me siento feliz de que pueda estar en otras manos y que lo puedan disfrutar o no”. Explica su autora que, pese a que ahora se siente tranquila, durante la edición sintió el peso de las dudas. “Es muy bonito vivirlo porque es un proceso de aceptarme como un ser imperfecto y compartir mi experiencia en el mundo. Si a alguien le resonara yo estaría muy feliz, y orgullosa”.
El poemario acaba de ver la luz y su autora nos cuenta que el impulso que necesitó para lanzarse a la escritura surgió al entrar en contacto con el relato de historias de mujeres en situaciones de vulnerabilidad. “Eso me dio fuerza para decir esto es lo que yo soy y ya está y lo tengo que sacar”.
Antepasadas
Este poemario es testigo de que hay una senda que precede a su autora, un camino formado por una estirpe de mujeres que supieron estar consigo mismas, un árbol genealógico de mujeres que pintaron, narraron y tocaron el piano, para acompañarse e inventarse una vida, como diría Ana María Matute. “Mi madre desde siempre ha sido muy aficionada al arte. Hacia teatro no profesional, pero lo hacía muy bien. También iba a la coral a cantar, a tocar el violín y yo de pequeña la acompañaba a los ensayos, a bailar, al teatro a ver las funciones… yo me estaba imbuyendo de todo ese mundo y, sobre todo, veía que ella lo disfrutaba mucho”, nos cuenta Clara.
Seguimos escalando con ella ese árbol de las mujeres que le han precedido y abierto caminos. “Mi abuela escribía cuentos, la pena es que no conservo ninguno. Por la noche, antes de dormir, nos contaba cuentos a mi hermana y a mí. Algunos eran de otros autores y otros escritos por ella. Eran muy buenos. A ella la recuerdo leyendo y disfrutando del tiempo en soledad, se quedó viuda muy joven. Pintaba muy bien, hacía cuadros con un estilo impresionista, paseaba…”, cuenta Clara, con luz en los ojos. “Mi bisabuela, la madre de mi abuela por parte de madre, era maestra y le gustaba mucho dibujar. Hizo unos dibujos preciosos. Y su madre, mi tatarabuela, estudió piano. Me contaba mi abuela que tenía mucho carácter, se enfada si no le salía bien y cerraba la tapa del piano de golpe. Ella se separó de su marido, hizo las maletas y se fue”. Nos cuenta Clara que en todas ellas ha habido una esencia artística, intima, de creación y de mantener una esfera para una misma.
La Escritura
Para Clara, entre el arte y la vida hay un vínculo estrecho, “la escritura y el arte son una puerta con la que me abro, pero que también me sirve para abrirme yo al mundo. Siento que he aprendido mucho acerca del mundo, de la vida, de otras personas, de otras culturas, de la historia a través de arte, de la música, la literatura”.
Llegó a la poesía desde la música, empezó escribiendo canciones y eso la llevó a escribir poemas. Cuenta que uno de sus primeros poemas nació de la observación del movimiento de unas hojas llevadas por el viento en la Cuesta Moyano, uno de los lugares imprescindibles para buscar libros, tesoros, en Madrid. “Fue muy bonito descubrir algo nuevo en mí que hasta ese
momento no había descubierto”.
Después la cuarentena, cuando escribió diariamente, y tras estudiar escritura poética, relata que los poemas aparecen, son ellos los que buscan ser encontrados. “Escucho una frase que se me queda en el cuerpo por alguna razón o escribo cuando termino un viaje en el coche. Ahora es el poema el que me encuentra. Luego busco la reescritura del poema, le doy otra forma hasta que me convence”.
Luna sola
“El poema lo escribí porque me di cuenta de que cuando cumplí treinta me decían muchas cosas que antes no me habían dicho y que me hacían dudar de la vida que yo estaba llevando, cuando yo en ese momento estaba muy feliz, estaba dándole más espacio a escribir, al curso de poesía, a bailar.” Así describe Clara el aluvión de preguntas que recibió durante un mes. “Mucha gente me preguntaba porqué no tenía pareja. Como si no fuera válido estar sola, me hacía preguntarme si había algo mal en mí”. Con la rabia que sentía por la presión social que se ejerce sobre las mujeres al llegar a la treintena se puso a escribir: “un día salí a pasear, estaba atardeciendo y estaba la luna muy bonita. Pensé -la luna sola y nadie se pregunta nada-…”, dice con una sonrisa.
Mujeres que escriben
“Con la escritura puedes contar tu historia y compartirla. Eso puede ayudar a muchas mujeres a comprenderse a sí mismas y aceptarse. Y también a que se conozcan nuestras historias porque son igualmente válidas. Es necesario”, concluye Clara. Para ella la escritura es un espacio que reservar para una misma: “para estar contigo, conectada con tu cuerpo, con algo más físico y emocional”. Ahora sabemos que la luna, cuando está sola, escribe. “Que soy feliz imaginando historias, contando sueños, pintando monas” “Me pregunto ahora Si no podemos también nosotras Ser tan solo lunas Y salir de noche solas”. “Para mí el arte es una puerta Con la que abro Cada centímetro de mi piel” “Cada noche me arropo con un poema”
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