La masculinidad se ha caracterizado por ejercer violencia, que se inflige contra diversos objetivos como consecuencia de la demostración de que se es un verdadero hombre. Hoy vamos a hablar de la violencia de los hombres contra sí mismos.
La feminidad ha sido tradicionalmente relacionada con los cuidados, con la afectividad, con lo sentimental y lo emocional. Debido a que el gran pilar de la masculinidad es el rechazo de todo lo relacionado con las mujeres y lo femenino, hacerse un hombre se ha vinculado a la demostración que no se es débil, la represión de sentimientos y emociones y la declaración de fortaleza en
todo momento. El autocuidado es una de las grandes asignaturas pendientes de la masculinidad y los hombres, en consecuencia, se ponen asiduamente en peligro para demostrar que lo son.
La negación de la vulnerabilidad propia produce que a los hombres les cueste más pedir ayuda, tanto a otras personas como a las instituciones: en términos generales, van menos a consulta médica o lo hacen más tarde, cuando los síntomas son más graves. Los hombres hablan menos de sus problemas, pues a ojos de los demás esto les convierte en blandengues, menos hombres. La frustración que genera auto prohibirse constantemente una condición inherentemente humana está relacionada con el hecho de que el 75% de las personas que se suicidan sean hombres. Detrás del suicidio también hay un marcado componente de género.
El no reconocer los problemas e intentar demostrar fortaleza y valentía viril son algunas de las causas de que la esperanza de vida sea menor en hombres. Los varones encabezan las tasas de mortalidad de 13 de las 15 principales causas de muerte en España.
La hombría se demuestra en tanto que reconocimiento, más que en términos propiamente identitarios: lo importante es ser validado y encajar en el sistema antes de ser señalado por la fratría. La performance de género llevada a cabo para ser visto y aceptado se realiza a través de la corporalidad. Tu cuerpo es tu posicionamiento público ante el mundo, la expresión de género te ubica como hombre ante la mirada de los otros. La masculinidad corporal se demuestra poniéndose en constante peligro, superando a todo y a todos: la conducción temeraria supone que el 80% de los fallecidos en accidentes de tráfico sean hombres; estos constituyen un 95% de los fallecidos por accidentes laborales; los varones tienen hábitos más imprudentes como practicar más deportes de riesgo, mayor propensión al alcoholismo y la drogadicción, tienen dietas menos saludables, mayores prácticas sexuales de riesgo, peleas… En general mayores imprudencias y competitividades que fomentan un desequilibrio en el número de muertes o lesiones y que se ven agravadas en la adolescencia. La palabra seguridad parece haber sido edificada en contraposición a la masculinidad.
La masculinidad nos pone en riesgo a nosotros mismos. A nuestros cuerpos, sometidos a presión; a nuestra vida emocional, apartada y reprimida. Hay que desmitificar la relación entre valentía, traducida en peligro, e importancia social. La masculinidad ha significado (auto)destrucción durante demasiado tiempo.
La salida violeta a la autodestrucción es el autocuidado: aprender a identificar y gestionar las propias emociones, permitirse sentirlas y aceptarlas; buscar y ofrecer ayuda cuando se necesita, expresarse, admitir la fragilidad, asumir la vulnerabilidad, empatizar. Considerar a las mujeres y a los demás hombres como redes de apoyo, abrazar, crear una homosociabilidad abierta, sana, emocionalmente permisiva. La clave es sencillamente humanizarse.