Hace exactamente 100 años, el 13 de septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera sentenció en el golpe de estado que daría paso a su dictadura: “Este movimiento es de hombres: el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada, que espere en un rincón, sin perturbar los días buenos que para la patria preparamos. Españoles: ¡Viva España y viva el Rey!”.
La masculinidad hegemónica en la España del último siglo ha ido mutando en función de los acontecimientos históricos. El género no solo es relacional, sino también moldeable en base a los cambios sociales. Durante la dictadura franquista, el ideal del excombatiente caracterizó la virilidad española basada en una masculinidad castrense y, posteriormente, encontramos un viraje a la apertura global y capitalista con la figura del padre de familia y sustentador económico del hogar.
Con la entrada en el siglo XXI se ha consolidado una globalización de la información y la comunicación y consecuentemente ha supuesto una reflexión del giro de la masculinidad contemporánea, si bien “el españolismo, el buen español” sigue en el imaginario muy ligado a una concepción masculinizada de valores y el engrandecimiento de aportes culturales concretos, como el fútbol o los toros. El lenguaje bélico y la corporalidad robusta nos transporta de nuevo a figuras militares (además del intento global de construcción masculina infantil identificada con el superhéroe o el héroe de acción). Hoy, la centralidad de la Fiesta Nacional del 12 de octubre sigue siendo un desfile militar.
Hasta hace dos décadas, el Servicio Militar, La Mili, era una tarea obligatoria en nuestro país para todos los hombres. La cartilla final que atestiguaba el paso por la Mili daba “valor” social a los varones, por un lado como ciudadanos de pleno derecho patrio y por otro como pertenecientes a un género, el de los hombres de verdad. Ese valor del Todo por la Patria está ligado a la masculinidad. Igual que la masculinidad, el patriotismo también es una performance, también ha de ser demostrado, en el respeto a la bandera o al himno, y también en el tratamiento mutuo entre miembros; o en los gustos por una cultura popular ligada al nacionalismo, una “manera de ser español”. La palabra patria ya nos da una idea de a quién corresponde el espacio público, los estados, el poder, la cultura que se crea en un determinado territorio marcado por fronteras. La palabra matria ni siquiera existe, solo existe algo denominado “la madre patria”, ligando la parte identitaria nacionalista femenina con su deber como madre, como progenitora de la especie, como ser heterónomo.
¿Cuál es la hombría nacional? ¿Cuál es el imaginario social de lo que significa para un país cuando alude a “nuestros hombres”?
La sujeción histórica a personajes hombres es importante en la historia de España. La recuperación de figuras elevadas a mitos nacionales como El Cid, Cristóbal Colón o Don Pelayo sitúan los valores nacionales arraigados a valores masculinizados como la fortaleza, el éxito, la conquista o la perseverancia. El siglo XX nos trae la recuperación de estos personajes y hoy son el ideario de la historia de nuestro país. La identidad masculina española está muy ligada a la feminización de otras sociedades (el señorito francés, el afeminado inglés o el demasiado hombre africano o indio). España y sus valores representaban al perfecto hombre hecho y derecho. Las relaciones de género y nacionalistas están vinculadas, puesto que, “ser un buen español” ha significado, necesariamente, masculinizarte.
La actual revisión ética del constructo género y también del constructo nacionalismo están íntimamente relacionadas. Algo debe cambiar y en esa transición estamos: aquello que aún no ha desparecido y lo que todavía no ha florecido del todo.