Un adolescente llega a casa, se quita las zapatillas, se tira en la cama y dice: “Alexa, reproduce música”. Puede ser Alexa, Siri o Cortana, pero la asistenta tiene casi siempre voz de mujer. Sea virtual o no. Mientras escucha la lista de reproducción, enciende la consola. El videojuego de esta tarde va de pegar tiros, de mafias, de tanques, de guerras, de asesinatos. Cuanta más violencia, más puntos.
A las tres horas ya está cansado: “Alexa para la música. ¡Alexa, que pares ya la música, hostia! Qué pesada la tía esta, no me entiende una mierda”.
Toca un rato de Youtube. Los canales que más le gustan, los que le recomendó un colega, se meten con lo que consideran lo woke, lo progre. Le dan caña al feminismo, al “colectivo de las 80 siglas”, y se meten con todo este despropósito dictatorial que se está convirtiendo España.
Las 19:00, hora de ir al gym. Va a uno que le sugirió el algoritmo de Tik Tok, según el contenido que ve. Allí ha conocido a varios tíos con los que comparte inquietudes: el mundo de las proteínas, los diversos ejercicios para sacarse rendimiento al físico o el éxito que se puede obtener invirtiendo en criptomonedas. El primer día le costó un poco pero poco a poco se ha hecho una pandilla de gymbros. Respecto a la maximización de la apariencia, el año pasado ya probó el looksmaxing, y algo mejoró, pero no le convenció. Ahora le hablan del mewing, ha buscado un poco por foros de internet, y se lo está pensando.
Pero es que… ya no sabe qué hacer para ligar. Algunos amigos suyos consiguen a muchas tías. A él le cuesta mucho y eso le frustra, principalmente porque si todos mojan y él no va a ser el hazmerreír. Confiesa que él hace slut shaming con las tías, pero es que van pidiendo guerra. Ahora ya no encuentras a ninguna con poco body count y no veas lo que exigen. Está muy cabreado porque cada vez que entra en Tinder le preguntan por su altura, y él es un poco bajito. A ver si mazándose compensa ese complejo.
Sinceramente, prefiere el porno, que requiere menos esfuerzo. Le flipan los vídeos de MILFS (aunque en la práctica quiere a una chica con poco body count fantasea con una “kilómetro 0”), y ahora le está empezando a coger gustillo al hentai. La práctica que le pone a mil por hora son los creampie. No lo ha probado en persona, pero espera que alguna se deje algún día.
Cuando vuelve a casa cena mientras mira el Whatsapp y se descojona: en el grupo de colegas Los bros mandan están pasando unos memes buenísimos que él está reenviando al grupo del gym. Hay alguno un poco fuerte, pero joder, es que ahora hay personas con la piel muy fina y esos chistes ya no se pueden hacer, asique solo lo hacen ahí dentro, en la intimidad. Es lo que tiene la nueva cultura de la cancelación esta, está jodiendo el humor. Han probado con una inteligencia artificial a ponerle a Cristina, la más cachonda del barrio, las tetas de Angelina Jolie. “Ha quedado la hostia de bien”, dice uno. “Tíos, no os paséis con ella”, contesta otro. “¡Anda! Si seguro que ya te la estás cascando con la foto, flipado”. El anterior deja la desaprobación y se ríe, validándose así ante la incertidumbre de ser tachado de marica.
El lenguaje utilizado hasta aquí resultaría casi incomprensible para una persona que supere los 30 años, que no sea nativa digital. El uso de un lenguaje propio, común, otorga a un grupo (sea cultural o de edad) una identidad que cohesiona en su forma de ver la vida y, en su contrario, aleja de la del otro. Los jóvenes se meten con los boomers por carcas mientras los mayores miran a la juventud como unos niños mimados que no conocen el esfuerzo. Hemos dejado de entendernos, literalmente, entre generaciones. Pese a la brecha, las violencias que se dan en ambos contextos son las mismas. La violencia digital no es nueva en contenido.
La violencia digital ni es irreal ni es nueva. No es irreal porque su impacto, influencia e incidencia en el mundo es enorme y no es nueva como tipo de violencia, solo es nuevo el medio por el que se ejerce. Es el mismo tipo de violencia y son las mismas víctimas de siempre.
Stalking, -acoso-, sexting -acoso de carácter sexual- sin consentimiento, ciberbullying, grooming, -un adulto acosa a un/a menor-, molka, -instalación de cámaras ocultas-, doxing, -publicación de información privada-, … Existen ya múltiples ciberdelitos relacionados con violencias contra las mujeres. Estas han encontrado un canal nuevo por el que reproducirse, expandirse. La digitalización ofrece una nueva forma de acoso, basada en tres peligrosos componentes: el anonimato, la extensión temporal (el poder acosar 24/7) y la posibilidad de la distancia física, haciendo posible el acoso sin importar si es a alguien de tu barrio o de otro continente.
Todos estos términos hacen referencia a violencias concretas, a delitos ya tipificados. Es necesario, además, ir a la base y atender a cómo la socialización de género construye a los hombres, ahora también en entornos digitales.
Los algoritmos, las redes sociales, la inteligencia artificial, la robótica, la pornografía en internet… son nuevos escenarios desde donde la homosocialización juega un papel relevante a la hora de masculinizar determinados ámbitos. La tecnología está hecha por hombres y, por ende, pensada para hombres.
Hoy en día, es más fácil que un niño de 12 años, al buscar en Google “cómo conquistar a una chica”, se encuentre formas de ejercer chantaje y manipulación para conseguir entablar una relación, que consejos para establecer relaciones afectivo-sexuales sanas. Esto no es consecuencia de la tecnología, sino de que hemos trasladado una forma de relación de género que existe en la realidad al mundo virtual. La violencia digital es la consecuencia de la violencia en la vida real, no una causa. Pese a ello, comienza a ser también una causa en el aprendizaje del comportamiento de género de nuevas generaciones, y no tan nuevas.
La conocida como manosfera es un nuevo espacio machista virtual en el que se reúnen grupos de hombres que, viéndose a sí mismos como las verdaderas víctimas de un sistema amañado por las mujeres y el feminismo, se dedican a propagar discursos profundamente misóginos y antifeministas en redes sociales, blogs, chats o canales. La manosfera está formada por subculturas muy heterogéneas, desde los gurús de la seducción, los hombres que siguen su propio camino o los incels. La entrada a ella se da desde multitud de entornos cotidianos y su influencia puede llegar a comportamientos muy peligrosos. Pese a lo escurridizo que se convierte llegar a todos sus rincones, se hace necesario estudiar este fenómeno y atajarlo de manera inmediata.