Fotografía: Portada del libro “La revuelta de las putas”. Amelia Tiganus (2021)
Etimológicamente, sistema procede del latín tardío systēma, y este, a su vez, del griego σύστημα sýstēma. Conjunto de elementos interrelacionados entre sí de manera ordenada para lograr un objetivo determinado. Incido en esta idea porque, en los últimos años, está ganando espacio y fuerza un discurso neoliberal que sitúa la “libre elección personal” como máxima legitimización para la existencia de la prostitución. Una de las consecuencias más graves de esto es la invisibilización del entramado de elementos que la sostienen y que hacen que sea un negocio rentable: la pornografía como pedagogía de la prostitución, la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, la capitalización y mercantilización y de los cuerpos de las mujeres, la feminización de la pobreza, la masculinidad hegemónica como demandante del ejercicio de la prostitución… todos eslabones de la misma cadena.
El sistema prostitucional nace y se mantiene en un contexto concreto de desigualdad que legitima la violencia contra las mujeres. Resulta obvio decir que las desigualdades entre mujeres y hombres son estructurales y que, como tal afectan a todos los ámbitos de la vida, incluida la sexualidad. Ana de Miguel (2015), afirma muy inteligentemente, que la sexualidad es “una parte importante del orden social, es la que atañe a las relaciones íntimas entre los sexos, y sería un gran error considerar esta cuestión como privada”, ¿por qué? Porque la existencia de la prostitución influye en el imaginario colectivo, nos educa sexualmente desde la idea de “derecho” a satisfacer el deseo sexual masculino y la cosificación y deshumanización extrema de las mujeres que han de estar siempre al servicio de la satisfacción de dicho deseo. Alexandra Kollontai ya estableció a principios del siglo XX que la prostitución consolida una determinada manera de entender y practicar la sexualidad, basada totalmente en las relaciones patriarcales de poder.
En España, alrededor de un tercio de los hombres (el 32,1%) reconoció haber pagado por mantener relaciones sexuales y de ellos, el 21,9% afirmó que lo había hecho más de una vez (datos del CIS, 2008). Según el INJUVE (2020), el 10,6% de los jóvenes de entre 15 y 29 años reconoció haber consumido prostitución alguna vez en su vida.
Es importante reflexionar acerca de que, en el contexto actual, desigual y absolutamente hipersexualizado, la prostitución se naturaliza y normaliza siendo entendida como una forma más de sexualidad, como una opción lícita, posible y accesible de establecer relaciones sexuales cuando, en realidad, es una de las expresiones más crudas de la violencia machista. No podemos olvidar que donde hay desigualdad no hay libertad ni consentimiento y, por tanto, no es sexo, es violencia.