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El término ‘Síndrome de la lesbiana muerta’ comenzó a utilizarse en la década de 2010, pero su práctica tiene raíces profundas en la historia del cine y la literatura. Desde las primeras representaciones en novelas como «El pozo de la soledad» (1928) de Radclyffe Hall, hasta películas clásicas como «The Children’s Hour» (1961), la narrativa trágica ha sido una constante para los personajes de mujeres lesbianas.
Esta situación perpetúa la idea de que las relaciones lesbianas son inherentemente trágicas o condenadas al fracaso. Su representación negativa no solo refuerza estereotipos dañinos, sino que también impacta psicológicamente a los espectadores LGBTQ+, especialmente a los jóvenes, al presentarles una visión sombría de su futuro.
Series populares como «Buffy the Vampire Slayer» y «The 100» han sido señaladas por caer en este esquema con la muerte de personajes queridos como Tara Maclay y Lexa. Estos ejemplos han provocado indignación y movilización en redes sociales, con campañas como «LGBT Fans Deserve Better», que abogan por una representación más justa y diversa.
Para erradicar el síndrome de la lesbiana muerta, es fundamental que los creadores de contenido adopten un enfoque más inclusivo y positivo en la representación de personajes LGBTQ+. Mostrar una diversidad de experiencias y finales felices para personajes lesbianas y bisexuales no solo es justo, sino necesario para reflejar la realidad y aspiraciones relacionales.