Desde principios de los años 90 – donde cabe recordar que la zona era considerada una especie de barrio marginal – han sido pioneras en la difusión y promoción de la literatura y cultura queer, llegando incluso a ser “el embrión de lo que se convirtió en el barrio gay de Chueca y que cambió por completo el concepto que se tenía de la homosexualidad escondida y oscura”, según narra la propia Mili en una entrevista para Grow with Google.
En 2017 estuvieron a punto de verse obligadas a cerrar sus puertas, pero gracias a la recaudación de fondos a través de un crowdfunding pudieron salir adelante; logrando que sigan sobreviviendo no solo con esos relatos en papel, sino también los que se viven en el día a día en el propio espacio, con su agenda cultural o con los transeúntes que, en cierta forma, acuden a crear comunidad.
En otra declaración de Hernández recogida en una entrevista para el diario.es, asegura que “no llevábamos ni diez días abiertos cuando llamó una mujer con intención de suicidarse. Tenía tres hijos y no se atrevía a decirle a su marido que era lesbiana y que ya no quería vivir una mentira. Acudió a nosotras por consejo y consuelo. ¿Historias así? Tenemos millones”.
Ramón Martínez, autor especializado en temática LGBT+ con obras como Maricones de antaño o La cultura de la homofobia y cómo acabar con ella, nos cedió su testimonio para contextualizar la necesidad de mostrar las distintas realidades en las historias que se consumen.
Creyente en el poder balsámico de la literatura, cree que es “una terapia para ir mas allá de lo básico y pensar en todo lo que importa de verdad: lo que necesitamos mas allá de comer, dormir y demás. La literatura LGBT+, en especial, es una forja de la identidad a través de la cual podemos comprender quienes somos. No tenemos ningún tipo de referente si no es a través de la cultura y suelen ser muy útiles para construirnos en comparación con quien podemos ser; leer a Lorca y saber que no siempre es fácil o a Tennesse Williams y saber que puede ser muy divertido”, bajo sus propias palabras.
“Identidad y cultura van de la mano, en nuestro país se ha construido así. En nuestro caso ha sido una clave identitaria muy importante; nos ayuda a descubrir el sistema cultural en el que nos movemos y, al fin y al cabo, la cultura es donde se asienta y queda firme para que haya un contexto que pueda analizarse en un futuro”, prosigue.
Sobre si siente que ser autor LGBT+ es una especie de trabajo social, afirma que “por una parte, cuando escribimos en clave tenemos la idea de que hay un compromiso y nos arriesgamos; cosa que es injusta porque todo el mundo puede leer una novela LGBT+ igual que una persona LGBT+ puede leer novelas aptas para todos los públicos”.
En cuanto al respaldo por ello, siente que “la literatura ya de por sí tiene un respaldo social limitado imagínate con la etiqueta; aunque sí creo que de un tiempo a esta parte – años 80 y 90 – arriesgaron mucho y tuvieron el eco justo. Ahora, el foco se ha puesto en otra literatura y desde hace 10 años se ha notado mucho el cambio: en su momento solo había editoriales muy especializadas publicando literatura LGBT+; y de un tiempo a esta parte, grandes editoriales empiezan a apostar por narrativa juvenil en clave LGBT; hay muchas más publicaciones, se nota estadísticamente y se transforma en más apoyo tanto a los autores como a nivel de activismo, aunque quede mucho camino por recorrer”.
Ojalá Pili y Mar puedan algún día lograr tener todo el reconocimiento que se merecen más allá de meras menciones, premios o incluso posibles placas conmemorativas; porque tal vez ellas y su luchan sean nuestro verdadero Orgullo; una muestra más de todo el patrimonio intangible que hay que preservar.