“Las personas trans estamos dentro de un armario con puerta de cristal”
Rusly Cachina Esapa es una joven trans que ha nacido y crecido en Guinea Ecuatorial. Puede que ahora cuente su experiencia desde la diáspora en España, pero ella tiene muy claro dónde quiere y debe estar. Forma parte del colectivo “Somos parte del mundo”, una asociación LGTBIQA+ que se ha convertido en una referencia dentro y fuera del país. Hace poco presentaron el informe “Estamos solas en este mundo: Tortura, tratos crueles, inhumanos y degradantes contra las personas LGTBIQ+ en Guinea Ecuatorial”. Un título demoledor, pero necesario para visibilizar la experiencia vital del colectivo en una sociedad que sigue considerando la homosexualidad como una patología y que, por lo tanto, la diagnostica y la trata.
Para Rusly es un problema a varios niveles. “La gente tiene una orientación sexual, una expresión de género, pero no saben quienes son”. El acceso al conocimiento es vital para entenderse, definirse y luchar tanto de forma individual como colectiva, y eso es algo difícil de conseguir en el país. “Nuestras armas tienen que ver con presión política extranjera por parte de países con los que Guinea Ecuatorial tiene convenios, así metemos presión y luchamos”. Y es que el gobierno es contundente en su persecución del colectivo. Ejemplo de ello es el Decreto nº 94/2019 que define la homosexualidad como “una enfermedad, una práctica delictiva, una amenaza para la paz social, la moral pública y un peligro para la sociedad”.
Rusly prefiere hablar en representación propia. La asociación tiene unos valores y unos objetivos comunes, pero no una única perspectiva e ideología, y ella pocos pelos en la lengua. “He sentido como un insulto tener que recurrir a países como España o E.E.U.U como si ellos fueran países civilizados y nos tuvieran que ayudar a civilizarnos”, lamenta. Y es que Rusly no podría estar más en desacuerdo con esa narrativa que coloca siempre a Occidente a la vanguardia de los derechos humanos. En países que han sido colonizados, como es el caso de Guinea Ecuatorial, la realidad es mucho más compleja.
Antes de ser ya éramos
Me cuenta que hace poco estuvo en el Museo Etnológico de Barcelona para identificar de qué región de Guinea Ecuatorial procedían unas esculturas. “Tenían una cara de máscara, unos senos pronunciados femeninos y unos genitales masculinos. Si ya existían esas máscaras antes de que llegara la colonia es porque nosotres ya existíamos”. Demoledora. Rusly no romantiza África, pero sí defiende una perspectiva anticolonialista y culpa a la iglesia de exacerbar el odio a las minorías sexuales. “Cuando nos quitan a nuestros dioses, perdemos nuestros orígenes”, sentencia. En un país en el que es bastante común escuchar eso de que la homosexualidad es algo que trajeron los blancos, las palabras de Rusly mueven los cimientos de muchos de los discursos que quieren hacer de la homofobia y la transfobia dos pilares de la identidad bantú.
Rusly es annobonesa por parte de padre y bubi por parte de madre –dos grupos étnicos de Guinea Ecuatorial–. Pese al rechazo y la discriminación, considera que ha podido conectar con su ancestralidad y vivir plenamente su identidad cultural, en buena parte gracias al apoyo y protección de sus padres “asistimos a las ceremonias desde que tenemos un mes de haber nacido, así que no nos pueden sacar de esos rituales. Es mi espíritu, no mi cuerpo”. Rusly sabe que su discurso le puede traer problemas, pero lo tiene muy claro: “Yo investigo desde mi existencia. Estoy construyendo ese futuro que será el pasado de otra gente”. Habla en presente pero siempre pensando en el futuro, en las que vendrán y a las que hay que ir abriendo camino, pero también en las que ya se han ido y se lo abrieron a ella.
“Soy una representación de la que ya estuvo pero no habló”, asegura. La lucha por los derechos LGTBIQA+ en Guinea Ecuatorial lo lidera la juventud, pero Rusly ha conocido a mujeres trans desde su infancia. Puede que esas mujeres no contaran con las herramientas necesarias para entender, nombrar y reivindicar su identidad de género o su orientación sexual, pero estaban y merecen ser recordadas. “Los 8 de marzo las veías a todas, de 40, 50, 60 años, vestidas con el uniforme, la cabeza atada con una tela y bailando. Estaban ahí, pero en los suburbios y de noche, cuando la gente que podía hacerles daño no las podía ver”. Las jóvenes trans luchan hoy en día desde lo cotidiano. ¿Sus armas? “Peluca, tacones y un pecho plano”, sentencia Rusly. Es enfrentarse al miedo, atreverse a existir, que no necesariamente a vivir, sin importar las consecuencias. “No es sólo la policía, el vecino puede coger un día y partirte el cráneo. Salgo todos los días sabiendo que ese puede ser el último”.
Poniendo siempre el cuerpo
Las personas trans son la cara más visible del colectivo LGTBIQA+ en el país. “Estamos dentro de un armario con puerta de cristal. Se nos ve, no nos podemos esconder, ni siquiera de nosotras mismas”. Es probablemente la mejor definición de la experiencia trans que he escuchado hasta ahora. Siempre expuestas, no les queda más que luchar a diario contra una sociedad que se niega a aceptar su existencia. En Guinea Ecuatorial la disidencia sexual se castiga con el ostracismo social, las terapias de conversión en iglesias y curanderias, los azotes y otras formas de violencia, incluida la sexual. Rusly lamenta que es el caso de muchos hombres trans. “Los encierran en cuartos para que abusen sexualmente de ellos y puedan dar a luz. Consideran que ese cuerpo puede traer a alguien a este mundo”. La maternidad y la paternidad son un aspecto muy importante para la sociedad ecuatoguineana y se usa como técnica de conversión. Esto es algo que también sufren muchas mujeres lesbianas, tal y como cuenta Trifonia Melibea Obono Ntutumu en su libro “Yo no quería ser madre”. Sus propias familias las obligan a tener hijos para compensar la supuesta vergüenza social que supone su existencia. Sin embargo, “la transexualidad femenina se asocia con la esterilidad”, cuenta Rusly. Incapaz de doblegarlas a través de la reproducción, la sociedad espera que corran con la peor de las suertes. Estamos en lo más bajo”.
Un informe de Somos parte del mundo asegura que “tras la publicación del decreto nª 94/2019 en los medios de comunicación, el ministerio de seguridad reaccionó. Policías del servicio secreto y miembros de la brigada judicial de la comisaría central de policía, conocido como Guantánamo, sitiaron viviendas habitadas por personas transexuales”. Según el informe, policias y militares patrullaron las ciudades de Malabo y Bata durante el mes de julio en busca de personas “cuyos rasgos físicos no concordaran con el género socialmente asignado”, lo que generó enfrentamientos entre mujeres transexuales y agentes y, en consecuencia, encarcelamientos.
Masculinizarse para sobrevivir
El impacto socioeconómico de la transexualidad es desolador. “Cualquier trabajo que te den significa estar al servicio de un hombre en este país y si ese hombre descubre que eres trans, te va a despedir”. El ostracismo social al que se enfrentan lleva a muchas de ellas a recurrir al trabajo sexual, pero Rusly señala que en Guinea Ecuatorial no se puede considerar un trabajo porque no se gana dinero con la prostitución, apenas se sobrevive. “Lo hacen por comida, por no dormir en la calle una noche”. El sistema es perverso. Las mujeres trans con cis-passing, es decir, que son percividas como mujeres porque cumplen con los atributos y características físicas que la sociedad nos ha impuesto, tienen mayores recursos a la hora de ganarse la vida, pero para quienes no tengan ese privilegio –si es que se puede considerar como uno–, la única salida es masculinizarse. “Muchas somos mujeres, pero tenemos que actuar como hombres para poder sobrevivir. Somos mecánicos, carpinteros o albañiles”. Renunciar a quienes son para disfrutar del privilegio y la libertad de la que gozan los hombres tiene consecuencias en el ámbito del bienestar emocional, social y psicológico. Su identidad se ve relegada al ámbito de lo privado, en la seguridad de sus hogares o en los escasos espacios seguros con los que cuentan.
“El unico campo donde te sientes mujer, pero no mujer con derechos, ni voz ni voto, sino mujer utilizada, ultrajada y violada, es en las relaciones sexuales con personas que ni siquiera saben cómo es tu cuerpo”, asegura Rusly. Y es que a veces olvidamos que independientemente de nuestra orientación sexual, todas, todos y todes somos fruto de la misma educación sexual y referencias visuales, y esto se refleja en nuestro modo de entender y experimentar nuestros cuerpos, sin olvidar nuestra relación con el placer. “Vivimos para darlo y no para recibirlo. Nuestro cuerpo es un depósito de semen. No decimos que no, tenemos que estar ahí dispuestas”. Todo suena demasiado familiar. ¿Qué mujer cis heterosexual no se ha sentido en algún momento obligada a hacer algo en la cama o ha echado la vista atrás y se ha visto performando un acto sexual de forma casi automática? Y lo peor es que lo hacemos desde el más profundo convencimiento. “Emocionalmente nos va haciendo daño, pero creemos que ese es el único campo en el que podemos demostrar nuestra feminidad”.
Sin educación sexual carecemos de herramientas que nos permitan tener relaciones sexoafectivas sanas. Suplir esa falta de información y combatir la homofobia y la transfobia interiorizadas son algunos de los pilares del trabajo que lleva a cabo Rusly, tanto a través de la asociación como de su perfil en redes sociales. Puede parecer obvio, pero el placer es revolucionario y, en un país que se resiste a reconocer tu existencia, disfrutar de tu cuerpo puede ser transformador.