El término acoso ha ido ganando presencia en el ámbito público a lo largo de los años, y esto tiene mucho que ver con la capacidad social e individual de reconocer la desigualdad estructural de género.
Por acoso entendemos cualquier comportamiento o conducta no deseada, tanto por acción como por omisión, que tenga como resultado un entorno intimidatorio, degradante u ofensivo para la víctima.
El concepto de acoso hace referencia a un espectro muy amplio que puede darse en cualquier contexto social puesto que nace de la relación desigual entre personas y que puede tener una naturaleza diversa. Por lo general, el acoso se sustenta en el sistema de valores heredados y se alimenta de los prejuicios, estereotipos y roles tradicionales.
A pesar del imaginario colectivo, para hablar de acoso no es necesario que haya una intencionalidad y, en algunos casos como en el acoso sexual, tampoco es necesaria la reiteración, es decir, basta con una única conducta que sea percibida por la víctima como un atentado contra su dignidad y/o integridad moral.
En este sentido hace falta mucha pedagogía. Por un lado, para que las personas que acosan entiendan que, aunque lo hagan desde la ignorancia o desde la falta de intencionalidad, están acosando. Por otro, para que dejemos de normalizar conductas que son violentas y que suponen un menoscabo psicosocial para quien las sufre. Y, por último, para que como sociedad dejemos de poner constantemente en duda el relato de las víctimas que, muchas veces, se ven obligadas a “esperar” a que las conductas constitutivas de acoso se produzcan más de una vez para demostrar que están siendo acosadas.
Existe una línea muy fina entre el acoso y la agresión sexual, definida en el nuevo artículo 178.1 del Código Penal como “cualquier acto que atente contra la libertad sexual de una persona, realizado sin su consentimiento”. No es de extrañar que muchas conductas que inicialmente serían categorizables como acoso sexual acaben escalando hasta convertirse en agresiones sexuales. Por tanto, no comprender el concepto de consentimiento y no respetar los límites, la autonomía y la autodeterminación de las mujeres constituye un delito.
Resulta fundamental que mujeres y hombres reconozcamos y desnaturalicemos el acoso y, sobre todo, que mostremos una actitud de tolerancia cero frente a él porque, solo de esta forma, podremos frenar la escalada de la violencia y garantizar la igualdad y la libertad sexual.