Una de sus ideas centrales es que la violencia es intrínseca al patriarcado y toma diversas formas que se originan en la voluntad de poder: la guerra, el feminicidio, la violación y el maltrato a las mujeres, la explotación y dominación económicas, la crueldad contra los animales y la explotación y destrucción sistemáticas de la Naturaleza.
Una de las causas del surgimiento del ecofeminismo en el último tercio del siglo XX fue la experiencia de los años de la llamada Guerra fría, el enfrentamiento entre el bloque occidental y la URSS que hizo temer a la población mundial un desenlace devastador debido a la potencia del armamento nuclear existente. En los años ochenta, miles de mujeres acamparon frente a la base inglesa de Greenham Common para protestar por la instalación de misiles de crucero. Utilizaron en sus manifestaciones un potente imaginario ecológico y feminista: cerraban simbólicamente las entradas y salidas de la base militar con tejidos de colores que confeccionaban y llamaban “redes de la vida”. Después de varios años de protesta pacífica tenaz, consiguieron el desmantelamiento de esos misiles.
El temor a una Tercera Guerra Mundial se desvaneció hacia 1989 con la caída del muro de Berlín. Hoy, tristemente, volvemos a encontrarnos en una peligrosa situación bélica, en la que una escalada de los conflictos en curso podría extenderlos a todo el planeta. Vuelve a ser particularmente inquietante el lúcido pronóstico de la ecofeminista alemana Petra Kelly quien afirmaba que, si no se transforma el sistema, “el resultado último del patriarcado desenfrenado y terminal será la catástrofe ecológica o el holocausto nuclear”.
Por efecto del antropocentrismo, prejuicio que hace que sólo tengamos en cuenta al anthropos, cuando se aborda el problema de la violencia, se habla sólo de la que afecta a los humanos. En cambio, en el ecofeminismo se entiende la violencia en un sentido mucho más profundo, extenso e interconectado. La crisis ecológica y climática es también el resultado de la violencia en la relación con la Naturaleza. Debido al sesgo androcéntrico de la cultura patriarcal que considera al varón (andros) como el modelo perfecto de ser humano, se han infravalorado las virtudes y actitudes adscritas a las mujeres como la empatía, el cuidado, la prudencia y la compasión y se han reconocido como superiores las tradicionalmente masculinas vinculadas al dominio: la separación emocional con respecto al Otro, la competitividad, el gusto por el riesgo, el desprecio al cuerpo y a la propia vida.
Históricamente, para formar guerreros y cazadores, el patriarcado ha buscado sofocar, en la infancia y la juventud de los varones, la capacidad de ponerse en el lugar del Otro, de experimentar piedad y de practicar el cuidado de los vulnerables. Tales impulsos, sentimientos y habilidades han sido reprimidos por considerarlos inferiores, femeninos y obstáculos para la construcción de la virilidad. El ecofeminismo ha sido capaz de revelar el carácter patriarcal de la violencia contra los seres vivos humanos y no humanos. No es mera casualidad que la esclavización industrial de la Naturaleza y su intensificación con el capitalismo neoliberal globalizado hayan acelerado el ritmo productivo, forzando los ciclos naturales con agrotóxicos cancerígenos como, entre otros, el glifosato, herbicida proveniente del temible agente naranja utilizado en Vietnam en el siglo pasado. Víctimas de una violencia extrema, antigua o moderna, los animales son perseguidos y exterminados por “deporte” cuando son silvestres, torturados en laboratorios y fiestas populares, reducidos a materia prima en la ganadería industrial… el listado de horrores es interminable.
Asistimos a una guerra contra la Naturaleza que ya está pasando factura también a los seres humanos. Los desequilibrios ecosistémicos, la desigualdad social extrema, la desaparición de la biodiversidad y el cambio climático se ciernen como un horizonte amenazante para la supervivencia de todas las especies, incluida la nuestra.
La cultura de paz que propone el ecofeminismo hunde sus raíces en la no-violencia y en la comprensión de que tenemos que cuidar de la inmensa red de la vida en la que sólo somos un nodo ecodependiente.
Frente a este futuro siniestro, la cultura de paz que propone el ecofeminismo hunde sus raíces en la no-violencia y en la comprensión de que tenemos que cuidar de la inmensa red de la vida en la que sólo somos un nodo ecodependiente. La teoría y la praxis ecofeministas nos permiten superar el androantropocentrismo de la voluntad de dominio patriarcal y nos llaman a pensar, sentir y actuar de acuerdo a valores verdaderamente dignos de admiración. El ecofeminismo es la promesa de que otro mundo es posible.