“Cholitas skaters”
“Mujeres de pollera” es una forma común de denominar en Bolivia a las cholas o cholitas, mujeres con sangre indígena –aymara y quechua– cuya estética pone de manifiesto la historia y la diversidad del país andino. Se las reconoce a simple vista: Cabello recogido en dos largas trenzas que sujetan y decoran con tullmas –cordel que en ambos extremos lleva pompones hechos de lana de oveja–, sombrero bombín, muchas joyas, un mantón con flecos sobre los hombros, una blusa o camiseta ceñida y, por supuesto, la pollera, símbolo por excelencia de las cholitas.
La pollera es una falda fruncida a la cintura y compuesta por varias capas para aportar vuelo que, según la región, puede tanto descender hasta los tobillos como no llegar ni a las rodillas. Vino de la mano de la colonización española tras un decreto que prohibía a los nativos americanos usar vestimentas tradicionales. Es irónico que una prenda que se impuso en su día para segregar y controlar, se haya convertido en un símbolo de resistencia indígena frente a un discurso de la modernidad que tiene a Occidente como arquetipo. Ahora las nuevas generaciones luchan para que esta estética no sólo perdure, sino sobre todo mantenga ese componente de lucha social que la caracteriza. Y lo hacen de formas de lo más originales.
La importancia de luchar desde lo cotidiano
Imillaskate es un grupo de skaters compuesto por unas jóvenes descendientes de cholitas de Cochabamba, una ciudad del centro de Bolivia, que han adoptado esta estética para reivindicar sus raíces indígenas. Imilla significa “jovencita” en aymara y quechua, las dos lenguas nativas más habladas en el país. “Usamos la pollera de la chola boliviana con mucho respeto y valoramos el significado que lleva cada prenda”, afirman en el breve documental que publicaron hace unos meses en su canal de YouTube y en el que podemos ver a algunas de ellas compartir su historia mientras practican skate en diferentes provincias del interior del país. “Nos identificamos con esta prenda porque somos hijas y nietas de mujeres de pollera”, sentencian.
Bolivia tiene la mayor proporción de población indígena del continente americano con un 48% según cifras publicadas por el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo en el informe “El mundo indígena 2021”. Sin embargo, vestir con pollera es cada vez menos común. Esto se acentúa mucho más en las ciudades donde el peso del estigma puede ser muy difícil de sobrellevar. Imillaskate adopta esta estética para presentaciones y eventos como si de una performance se tratase. Las coloridas polleras se ondulan con el viento, acompañan cada giro, salto o voltereta y ofrecen un verdadero espectáculo para quienes las observan. Es algo que puede resultar incoherente, pero sobre todo fascinante.
Lo que hacen desde Imillaskate es una forma de activismo estético, una práctica que tiene sus detractores. Se le acusa de fútil, vacío y cómodo, de ser una forma superficial de enfrentarse a problemas estructurales, pero es sin duda un buen ejemplo de lo importante que es luchar también desde lo cotidiano. Cuando estas jóvenes se suben a un skate juntas, están reivindicando la presencia de mujeres en un deporte altamente masculinizado, que lo hagan con pollera, es ir un paso más allá. Quien se cruza con ellas se ve obligado no solo a enfrentarse a sus prejuicios de género, sino también a los de clase y raza. “Con Imillaskate queremos generar inclusión social, demostrar que no importa lo que vistas, de donde vengas o qué idioma hables. Todos podemos ser parte de todo”. Y es que hasta que la Constitución
boliviana en 2010 reconoció 36 lenguas indígenas oficiales y se propuso perseguir el racismo y cualquier forma de desprecio, una mujer podía ser expulsada de establecimientos y hasta de lugares públicos por el simple hecho de llevar pollera. Puede que las cholitas en 2023 ya formen parte del tejido social de las principales ciudades del país y que incluso una burguesía chola esté empezando a surgir, pero cambiar el imaginario colectivo no es una tarea fácil.
“Hablemos de la chola como objeto de mercantilización, donde se usa su imagen como un adorno, una identidad comercial o un pasajero y vacío mensaje de propaganda”, nos propone Imillaskate. Y es que esta estética corre el peligro de acabar convirtiéndose en un elemento folklórico, en un producto más al servicio de un turismo que quiere ver tradición, siempre y cuando esté despojado de contextos históricos o culturales que puedan resultar incómodos. Estas mujeres indígenas
molestan porque no se confunden con la masa y ponen a diario sobre la mesa una realidad incómoda: el sistema de castas que trajo consigo la colonización sigue aún
muy vivo en el país andino.
Creando comunidad a través del deporte
Imillaskate es más que un colectivo de mujeres, es un proyecto social. “Nosotras comenzamos viajando a provincias para conocer y tener contacto con nuestro entorno, para así poder analizar cómo aportar para su desarrollo, generando cambios en el pensamiento de la sociedad y cultivando valores que aprendimos a través
del skateboarding”. Estas jóvenes promueven una forma de ocio saludable a través de un deporte económico que puede practicarse al aire libre y en prácticamente cualquier lugar, sola o en grupo. Y esto es importante porque tanto el ocio como el deporte tienen un fuerte componente de clase y género. Colaboran con el refugio Rafael, que se encuentra en una comunidad quechua a las afueras de Cochabamba, y enseñan a los niños a hacer skate, pero también han estado en el parque ecológico Pura Pura de la capital donde dieron clases a las mujeres de la comunidad. A través de la práctica del deporte en la calle, Imillaskate quiere que las mujeres bolivianas ocupen espacios, algo esencial en la lucha por la igualdad.
La primera vez que vi un vídeo de cholitas haciendo skate recordé una frase que escuché en el documentalDerechos humanos de las humanas de la activista y referente maya, Lorena Cabnal, “No podemos hacer la lucha contra el machismo, el racismo y el neoliberalismo con cuerpos enfermos, con cuerpos entristecidos, con cuerpos deprimidos. Porque una de las intencionalidades del sistema patriarcal es que las mujeres tengamos cuerpos infelices”. Puede que el skate no acabe con las
desigualdades económicas y laborales a las que nos enfrentamos las mujeres, pero sí puede darnos herramientas para enfrentarnos a ellas. La reivindicación del
patrimonio cultural indígena que conservan sus mujeres es la guinda del pastel.