
Sean Baker da una patada al cuento de la Cenicienta
Sean Baker desató la polémica el pasado mes de marzo con su nueva producción, Anora. Un largometraje que se alzó con seis nominaciones a los Oscars, de las cuales consiguió llevarse a su casa nada menos que cinco estatuillas. Siendo la mayor premiada de una edición que apostó por el cine independiente, hizo temblar las bases del añejo Hollywood, ya conocido por ser la institución idónea para mantener el statu quo masculino. Una película que no dejó indiferente a su público centrando su discusión en la prostitución y bautizada por la crítica como la ‘Pretty Woman’ de la generación Z.
El director estadounidense, rebusca a través de su guión entre los escalafones sociales, llegando a las entrañas de la ciudad de Nueva York, donde encuentra el personaje perfecto para encarnar a sus tres protagonistas, poder, sexo y dinero. A través de la figura de Anora, Sean Baker representa la mezcla de la cultura rusa y la estadounidense, la brecha entre ricos y pobres, y pone el foco en el sexo y el capital como las principales monedas de cambio. Por medio del cuerpo de Ani, enfrenta dos mundos opuestos, evidenciando la vulnerabilidad de los derechos de las mujeres y su objetualización. Dos realidades aparentemente compatibles en las que el amor entre una prostituta y el hijo de un oligarca ruso lo puede todo.
Desde la mirada de la joven Ani, diminutivo de Anora, de tan solo 23 años, el espectador se adentra en los “clubs de alterne” de la gran manzana, una imagen que constata lo perverso de la explotación sexual. Anora se convierte en el paralelismo actual de Vivian Ward, prostituta en ‘Pretty Woman’ y del mismo modo que Richard Gere “rescata a la prostituta”, el personaje de Vanya Zakharov decide comprar a Ani. Un «niñato», hijo de un oligarca ruso, que desbordado de privilegios heredados, ignora lo que es la libertad. Recurre, con el simple objetivo de pasar el rato, a un contrato sexual disfrazado de un amor ideal. Presentándose como el gran príncipe azul, comienza un espejismo de felicidad donde Anora ve una oportunidad para salir de la pobreza bajo una falsa sensación de felicidad y control donde ella misma cree ser dueña de la situación. Una apariencia de consentimiento enredada en vulnerabilidad donde Ani recurre a la prostitución para poder pagar el alquiler de su casa. Una realidad que recuerda a quienes estén viendo la película que realmente, y contrario a la percepción de la protagonista, esta no tiene el control y mucho menos, el consentimiento real.
Del mismo modo que en ‘Pretty Woman’, el cuento de hadas ideal donde el amor lo puede todo, avanza en un oasis de felicidad. Ani se casa con Vanya y todo parece ser lujo, desenfreno y despilfarro hasta que aparece la familia y propietaria real del capital, del «príncipe encantador». El amor romántico de la Cenicienta moderna, acaba cayendo por su propio peso. Propinando una patada a la idealización de un romance Disney y el idílico final de Julia Roberts y Richard Gere se desvanece con un duro golpe de realidad.
La película, por momentos entretenida y a veces demasiado eufórica, refleja la marginalidad a nivel económico y social, de una joven frágil y rota que se ve abocada a la prostitución para sobrevivir a la rueda del capitalismo. Una vida que la conduce a establecer un contrato sexual con un joven que la ve como un mero objeto que poder comprar para después devolver. Un contundente mensaje que, aunque en un principio parece banalizar la prostitución haciendo incluso un humor que llega a incomodar al espectador, culmina con una clara sentencia. La cruda realidad vestida de falsas ilusiones de control e independencia. Anora finaliza con una mujer hecha añicos por su condición de explotada sexual, motivada por una escasez económica asfixiante que dista bastante de la voluntariedad y del consentimiento real