El término lesbianismo procede de Lesbos, isla griega en la que vivía Safo, la poetisa de la Antigua Grecia cuyas obras describían su amor hacia sus compañeras. De ahí que, en ocasiones, también se utilice la palabra safismo como sinónimo de lesbianismo para referirnos a la homosexualidad femenina, es decir, a la atracción física, afectiva y/o sexual de una mujer hacia otra.
Como cabe esperar, desde un punto de vista socio-histórico la identidad lésbica, concebida como tal, surge más tarde que la identidad gay. Teniendo en cuenta la construcción androcéntrica de la realidad, el lesbianismo, a pesar de haber existido a lo largo y ancho del mundo y de la historia, ha sido considerado como inexistente o desvalorizado a diferencia de la homosexualidad masculina que, si bien no era aceptada, sí que fue reconocida desde el ámbito público.
La palabra lesbianismo no existía en el ámbito público hasta principios de los setenta. Fue en el año 1975, durante la conferencia del Año Internacional de la Mujer, por influencia del movimiento feminista cuando, por primera vez, dicho término aparece en la prensa escrita.
Dentro del movimiento LGBT en Estados Unidos, las mujeres, al ver que la imagen activista homosexual estaba dominada por hombres, decidieron unirse y crear sus propias organizaciones con el objetivo de “crear espacios en los que las mujeres, todas las mujeres independientemente de su identidad o preferencia sexual, pudieran y puedan ser tan libres como quieran” (bell hooks, 2000).
Es así como la lucha por los derechos homosexuales se encuentra con la realidad feminista y nace lo que conocemos como lesbianismo político. bell hooks afirmaba que, si las mujeres “optaban por el lesbianismo, tenían el privilegio de ser iguales que los hombres en el empleo, mientras utilizaban su poder de clase para crear hogares en los que podían elegir tener poco o ningún contacto con los hombres”. De esta forma el lesbianismo va más allá de una orientación y una identidad sexual y pasa a convertirse también en una herramienta política de activismo, reivindicación y lucha.
Es fundamental que reflexionemos acerca de que “hacer frente a la homofobia siempre será una dimensión del movimiento feminista” (bell hooks, 2000). Tenemos que asumir la incomodidad de revisarnos y ser conscientes de que, si nuestra opinión niega o limita los derechos humanos a otras personas, no es opinión, es discriminación.