El terremoto de Marruecos que no pudo con las vigas del machismo
Un grupo de niñas forman un coro. Entre sus pies, algunas muñecas despeinadas y ensuciadas por el polvo de los escombros dan inicio a la función. Una de ellas, que coge al juguete por las piernas, emula un reencuentro con el resto de sus amigas. Casi como un reflejo de la realidad. Con un pie descalzo y otro con un tacón rosa, la muñeca avanza mientras que la niña gesticula e imita, con un tono de voz más agudo, una conversación con el resto de los juguetes con forma de mujer. En medio del desastre, la inocencia rompe con la tristeza. En los últimos días, una parte de este coro de menores, de entre ocho y quince años, han perdido a una madre, a un padre, una prima o una compañera de pupitre.
En Amizmiz, en el faldón del Alto Atlas marroquí, un temblor de casi 7 grados en la escala de Ritcher sacudió los edificios y dejó caer escombros. Ahora, los techos de sus hogares son parte del suelo de muchas de las estrechas calles de este rincón de Marruecos y unas carpas plastificadas de color amarillo o azul se levantan como sus nuevos hogares. A pesar del frío de la noche y del calor del mediodía. Casi dos meses después del terremoto del pasado 13 de septiembre de 2023, las autoridades locales calculan que la cifra de fallecidos ya asciende hasta las 2.960 personas, además de más de 5.000 heridos.
En el ya considerado como el peor terremoto de la historia de Marruecos y del norte de África, la tierra tembló sobre todo en Ighil, a unos 70 kilómetros de la ciudad turística de Marrakech. La escasa profundidad del epicentro, situado a 8,5 kilómetros bajo la superficie, acentuó el efecto devastador, sobre todo en las zonas de viviendas más vulnerables, como edificios de adobe y ladrillos no reforzados. A ello se suma la hora del suceso que, en plena noche, dificultó las tareas de ayuda y rescate de las víctimas.
Más de un mes y medio después, mientras que el partido opositor marroquí Justicia y Desarrollo (PJD), de corte islamista moderado y exlíder del país entre 2011 y 2021, apunta que el seísmo fue una “llamada de atención” de Alá y pide a la nación que se arrepienta de sus “pecados”, la realidad es distinta entre el coro de niñas que juega en Amizmiz. Ellas continúan siendo las víctimas de esos terroríficos pecados.
El temblor se ha olvidado del machismo
“Me ha susurrado al oído que, cuando se haga mayor, nos casaremos”, cuenta un hombre marroquí, al lado de una niña muy pequeña, en sus redes sociales. Desde que tembló el país, cientos de mensajes de este tipo han dado la vuelta, física y digitalmente, en Marruecos. En los pueblos más recónditos, donde la ayuda solo llegaba a pie, se presentaron grupos de hombres adinerados y provenientes de grandes ciudades marroquíes. Los hombres justifican que “solo quieren trasladarlas a lugares más seguros”, mientras que exponen sus rostros en las redes públicas y sexualizan a las menores a través de la victimización. A través de sus tragedias.
La realidad va más allá de una pantalla o de una promesa ciega. El objetivo de muchos de estos es contraer matrimonio con las víctimas más jóvenes del seísmo, concretamente en las regiones de Al-Haouz y Taroudant.
Algunas organizaciones como la Fundación Amane o la asociación Insaf aseguran que los jóvenes adinerados buscan el matrimonio en los núcleos más rurales, donde apuntan que existen “las mujeres más puras”. Según voces locales contrarias a estas prácticas, existe un mito generalizado de que las niñas del Atlas no están contaminadas por el capitalismo, por el avance de los derechos fundamentales de las mujeres ni por otros estímulos como la moda o el maquillaje. De esta forma, y sobre esa imagen de impureza, los abusadores sostienen que son mujeres aptas para la vida familiar y las tareas domésticas: limpiar, cocinar y tener hijos.
Hasta el momento, la Dirección General de Seguridad Nacional del Reino de Marruecos, ha arrestado a un estudiante universitario que publicó contenido en sus redes sociales, donde animaba a sus seguidores a viajar a las zonas del Alto Atlas para agredir sexualmente a las menores.
Abuso a través de la exposición
El abuso no queda ahí. En los días inmediatos al temblor, las autoridades también advirtieron sobre la visita de perfiles de influencers a las zonas afectadas con el único fin de fotografiarse con los damnificados, generalmente jóvenes y menores, y así conseguir más seguidores e interacciones en sus cuentas personales. Cientos de imágenes no autorizadas se colaron por los entresijos de la red. Y la cara más violenta de la tragedia se transformó en un reality show.
Con el incremento de estos casos, las autoridades locales y las comunidades de las aldeas afectadas tomaron las riendas de la situación. En primer lugar, trasladaron a los y las representantes del Ministerio del Interior la urgencia del asunto para que así, tomaran las medidas necesarias para encontrar y detener a las personas que estaban no solo exponiendo a las menores, sino también, abusando de ellas. Por otro lado, también han pedido a las personas visitantes, tanto cooperantes, ayuda humanitaria o periodistas, que no fotografíen a los y las menores. Muchos están en situaciones de vulnerabilidad, ya que son huérfanos como consecuencia del terremoto.
Las propias leyes del país, y siguiendo el artículo 447-1 del Código Penal, castigan la difamación y la difusión o distribución de información relacionada con la vida privada de las personas sin su consentimiento. Los castigos ascienden a penas de prisión de seis meses a tres años y multas que empiezan en los 200 euros y que pueden superar hasta los 2.000.
Las propias comunidades locales y los movimientos sociales y voluntarios también se han sumado a la ola de la denuncia y la solidaridad. Por ejemplo, la Unión Feminista Libre, organización que aboga por los derechos de las mujeres y del colectivo LGTBIQ+ ha insistido en la relación que subyace entre las publicaciones de estos jóvenes y el incremento de los pedófilos en la zona. Muchos de ellos relacionados con los casos de trata de personas, matrimonios de menores forzados y el abuso infantil que existe en algunos puntos del Atlas, sobre todo en las zonas más bajas.
Trata silenciosa
En el camino entre Marrakech y Amizmiz, unos cuantos kilómetros separan el furor del turismo de los llantos y la desesperación. A mitad de travesía, en una de las aldeas del faldón de la cordillera marroquí, la torre de la mezquita llama al rezo de los devotos. Un grupo de hombres, entre ellos varios locales que han llegado con provisiones ante la tragedia sísmica, entran dentro del lugar de culto. Mientras, las mujeres encienden los fuegos y comienzan a preparar, con mimo y cariño, el cuscús del viernes.
Al salir, las mantas que tenían como destino final esta localidad, como muchas de las afectadas por el seísmo, vuelven a la parte trasera de la furgoneta metalizada. “No es justo que las dejemos aquí” revela Hasán (nombre ficticio para mantener su anonimato). Junto con otros dos colegas, han dejado sus trabajos y estudios atrás para subirse a la ola de solidaridad local que está inundando el país.
Al volver a Marrakech, Hasán cuenta que, en aquella localidad durante el momento del rezo, ninguno de los fieles se arrodilló sobre el suelo tapizado. Los líderes de la localidad, religiosos e institucionales charlaban sobre los últimos casos de trata de menores, facilitando su operatividad a cambio de dinero o, en este caso, provisiones para los afectados por el terremoto en esta zona. “Han intentado sobornarnos con menores. Nadie habla sobre esto”, dice el joven con enfado.
Violencia machista institucionalizada en Marruecos
Desde hace varios años, las violencias masculinas contra mujeres y niñas son una realidad en Marruecos. “El sistema es patriarcal y la sociedad machista. Lo primero es el principal problema en Marruecos. Las violencias están institucionalizadas”, cuenta Hasna (nombre ficticio para mantener su anonimato), una de las mayores activistas por los derechos de las mujeres en el país. “Como el espacio público es especialmente masculino, las mujeres están relegadas a las esferas domésticas y, las que sobreviven en los espacios públicos, son reducidas a mercancías”, señala.
Además, la activista también insiste en que el caso de las niñas del Atlas no es único. “Los cuerpos de las mujeres están hipersexualizados y solo pueden ser madres o putas” y, que, aunque se mueva tierra y mar para un sistema legal favorable y sancionador, “las leyes son patriarcales y sexistas. Además, fomentan la cultura de la violación”. En Marruecos, la violación no está penalizada, sino que se considera un deber conyugal de las esposas.
En relación con los perfiles de hombres adinerados y de grandes sociedades, la activista insiste en que “no hay perfiles. Son hombres. Hombres que violan y matan a las mujeres y la mayoría de los agresores son hombres conocidos de las víctimas. Como siempre”. A la hora de denunciar, y como también pasa en otros países europeos como Francia, donde solo denuncia el 10% de las mujeres violentadas o violadas, en Marruecos las mujeres tampoco tienen un espacio seguro para denunciar. “Aquí, la cultura de la violación y el victim blaming son conceptos anclados. El artículo 488 del Código Penal condena al violador a penas de prisión más ligeras si la víctima no era virgen”, revela. Además, insiste en que este artículo autoriza una “prueba” de virginidad. Pruebas que no tienen valor científico y que son actos de tortura y violación.