
Hay muchos momentos vitales en los que una persona se da cuenta de que ya ha dado comienzo su vida adulta. Uno de ellos es, sin duda, hacer la declaración de la renta. A principios de abril, se puso en marcha La Campaña de la Renta de 2024, cuyo plazo para realizarla de forma online finaliza el 30 de junio. Todas las personas físicas que hayan obtenido unos ingresos superiores a 22.000 euros brutos anuales y tengan un único pagador deberán hacerla, al igual que las que cobren por encima de 15.000 euros brutos y tengan más de un pagador.
Con toda seguridad, las grandes olvidadas en este proceso, durante y después son las mujeres. No solo por las características que se tienen en cuenta a la hora de contabilizar el IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas), sino también por aquellas que no la pueden hacer, bien porque no llegan al mínimo establecido, bien porque ni siquiera cuentan con un contrato que reconozca su desempeño profesional, las proteja y las avale. Este suele ser el caso de los sectores feminizados, en concreto, el de las trabajadoras del hogar y de los cuidados.
A cierre del 2024, el número de trabajadoras del hogar y de cuidados cifraba en 567.900, de las cuales ellas representaban el 89%, mientras que el 11% restante a los varones, y la mayoría eran de origen migrante, según la EPA (Encuesta de Población Activa). Es decir, más de medio millón de mujeres, en la actualidad, se dedican a los cuidados profesionalmente en España, en concreto, 505.432. Sin embargo, ¿por qué decimos que son unas de las grandes olvidadas en la declaración de la renta? Como todo sector feminizado, la precarización está presente: remuneración mínima, condiciones laborales revisables e infrarrepresentación. Así lo confirman las estadísticas, pues apuntan a que una de cada tres personas que se dedican al hogar y a los cuidados como actividad económica, no tiene contrato, pese a que es obligatorio.
Es el caso de Ruth Muñoz Ramírez (1975, Madrid), quien hace malabares entre limpiezas a domicilio, acompañamiento a enfermos, interna los fines de semana alternos y Kelly (camarera de pisos turísticos) desde hace casi una década. Con todo ello, llega “a duras penas a final de mes”, reconoce Ruth. “Empecé a hacer limpiezas a domicilio porque me proporcionaba flexibilidad horaria para conciliar con el cuidado de mis cuatro hijos”, relata la madrileña y añade que cuando sus dos primeras hijas se hicieron mayores empezó a trabajar de interna los fines de semana alternos. Durante su experiencia laboral en este sector, “solamente fui dada de alta en una ocasión por cuidar de una pareja de ancianos durante ocho horas a la semana”, explica. Tenía que compaginarlo con otros trabajos porque no llegaba a las cuarenta horas semanales ni al final de mes y lamenta que ese contrato le penalizó a la hora de pedir ayudas económicas, pese a que no llegaba al mínimo.
Ruth asegura que le gusta lo que hace y que lo disfruta, sin embargo, “las condiciones son pésimas y los salarios, también”. Por esta razón, aclara que compagina varios trabajos a la vez porque en limpiezas “suelo cobrar ocho euros, aunque hay casas que son más generosas y me pagan 10”. Lo que peor está pagado, aclara, es “el acompañamiento de enfermos o las curas que hago puntuales por las que cobro cinco euros la hora”, casi la mitad de lo establecido, pues según la Normativa de Empleadas de Hogar por Horas e Internas y con la subida del Salario Mínimo Interprofesional, cualquier trabajadora debería cobrar igual o superior a 9,26 euros la hora.
Esta situación es más habitual de lo que parece y hasta hace pocos años era lo “normal”. De hecho, las empleadas de este ámbito no tuvieron un mínimo amparo, una regulación por el desempeño de su trabajo hasta el 16 de junio de 2011, cuando se firmó el Convenio sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) . En España, “la aprobación del Real Decreto 1620/2011 obligaba por primera vez a los empleadores a cotizar a la Seguridad Social por la trabajadora que tuvieran contratada”, expone la ONG Alianza por la Solidaridad y añade que “antes eran las asalariadas las que tenían que pagar la Seguridad Social”.
Si en la actualidad todavía no se ha puesto en valor este oficio, cuando Nieves Gómez Martínez (Móstoles, 1969) empezó a trabajar como limpiadora hace 35 años, la regulación era inexistente. La mostoleña se decantó por las limpiezas a domicilio por una razón similar a la de Ruth: cuidar de sus hijos y compaginar su desempeño como ama de casa, porque su familia “contaba con el sueldo de su marido, pero así también ayudaba a mis padres”, manifiesta Nieves, que trabaja sobre todo en casas, aunque también en una oficina, en la cual tampoco está dada de alta en la seguridad social. Su hermana Paqui Gómez Martínez (1973, Móstoles), que siempre se ha dedicado y se dedica a lo mismo, reconoce que le hubiera gustado tener un contrato de trabajo que “me permita jubilarme algún día”. Sin embargo, lamenta que cuando lo solicitó, le dijeron que “para tan pocas horas no les salía rentable”.
Después de más de una década de regulación, el trabajo informal continúa con una alta tasa de mujeres en situación de precariedad. Ya no solo por los salarios, sino “por la inseguridad de quedarte sin nada al día siguiente”, asegura Ana Ruiz Delgado (1969, Perú), que cuida y acompaña a las personas de la tercera edad en sus últimos días. Paqui añade a la lista las enfermedades derivadas del esfuerzo físico que supone este trabajo, “dolor de rodillas, tendinitis y artrosis”.
Pese a que se ha avanzado, todavía quedan muchos derechos que conseguir. Claro que los hitos conseguidos hasta el momento fueron posibles gracias a la creación del movimiento de las trabajadoras del hogar, ya formado en los años 70 del siglo pasado, aunque no fue hasta mediados de los años 2.000 cuando surgieron asociaciones como Territorio Doméstico o SEDOAC (Servicio Doméstico Activo). Más tarde, en 2008 llevaron a cabo movilizaciones. La más conocida fue la del 23 de noviembre de ese año, cuando decenas de trabajadoras “se concentraron y visibilizaron por primera vez el lema Sin nosotras no se mueve el mundo, que proclamaba a los cuatro vientos que si el sistema funcionaba era por su trabajo”, concluye Alianza por la solidaridad.
Actualmente, aunque existen leyes destinadas a controlar estas situaciones, en la práctica la mayoría no se cumple. Por ello, mujeres como las entrevistadas —y muchas otras— continúan luchando para hacerlas efectivas: Real Decreto-ley 16/2022 y Real Decreto 893/2024

Las historias recogidas en este texto provienen de entrevistas realizadas directamente por la autora con cada una de las mujeres mencionadas.