Las mujeres pasan vidas enteras ocupadas en tareas imprescindibles pero que no dejan rastro en los libros de texto. Este mes honramos todas esas tareas invisibles para el relato oficial, pero que constituyen la verdadera historia de la humanidad.
Yolanda Calleja, mi madre, fue camarera de piso y comedor, subgobernanta y gobernanta desde 1991 hasta el año 2000 en la Residencia Banco Central Hispano Americano, actual Santander.
Guadalupe Medrano, mi abuela, trabajó desde pequeña, primero para cuidar a su abuela, aún viviendo en condiciones de pobreza y vulnerabilidad, y después, para proteger a su familia, junto a su esposo, y lograr que sus hijas tuvieran una vida mejor que la que ella experimentó.
Zengyun Li, mi madre, además de trabajar fuera de casa, ha limpiado y organizado nuestro hogar y ha criado dos hijos y dos nietos con dedicación y amor.
Polita Llull, mi madre y la resiliencia en persona, se dedica al cuidado de personas de la tercera edad en jornadas intensivas de más de doce horas y, aún así, aunque llegue a casa agotada, es cuando verdaderamente se logra sentir la esencia de eso que llaman hogar.
Pepita Crespo, mi abuela, cocinó desayunos, comidas y cenas para siete personas durante veinte años, educó a cinco hijos y trabajó en casa. Cuando todos fueron mayores pudo hacer su primer viaje.