Fotografía extraída de Pixabay.es
Revisar la historia de la humanidad es descubrir nombres de personas que han luchado por construir un mundo mejor, por avanzar en derechos y en libertades, por evitar el sufrimiento, por poner la paz en el centro de las decisiones políticas y la vida en el centro de las relaciones laborales y de las decisiones judiciales. Pero también es reconocer la crueldad de las torturas, la capacidad de generar dolor infinito, de mirar a las otras o a los otros y a la diversidad animal como si sólo fuesen objetos.
Parecía que el mundo caminaba hacia unas relaciones más acordes con la vida y el bienestar, que los derechos humanos y los de la diversidad animal se ponían en el centro, y que se acabaría exigiendo que esa fuese la base de las relaciones internaciones, de las laborales, jurídicas, económicas o interpersonales. Pero lo cierto es que volvemos a vivir guerras, guerras que son televisadas y difundidas en redes sociales (porque otras guerras nunca han dejado de existir), con rostros, con seres vivos que se retuercen de dolor, y nada de ello parece afectar a nuestras vidas cotidianas de consumo e insatisfacciones, de quejas sin compromiso crítico.
Mientras tanto, en nuestro entorno próximo las diferencias económicas se acrecientan, las personas trabajadoras no pueden costear la vivienda con sus salarios, quienes pierden el trabajo pueden quedarse sin hogar por los elevadísimos precios, – y conseguir ayudas en este estado de bienestar implica saber moverse por laberintos burocráticos para demostrar la pobreza, pero no siempre las personas con escasos recursos saben hacerlo o se atreven a perder su dignidad-, las personas mayores se encuentran desatendidas en la sanidad pública por las largas esperas y en el acceso a ayudas en los servicios sociales, que están saturados y carecen de recursos humanos suficientes.
La frustración y la desesperanza de las personas más desfavorecidas y la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, son aprovechadas por la ultraderecha para atacar los valores democráticos y el modelo social y de bienestar, con discursos demagógicos que crean un clima de violencia y de mayor malestar, sin que una parte de la ciudadanía pueda comprender que si la ultraderecha accediese al poder pondría fin a los derechos y libertades que se ganaron con duras luchas a lo largo del tiempo.
Los problemas de nuestras sociedades avanzadas, que deberían ser igualitarias y equitativas, son múltiples y diversos. El ejemplo del suicidio es uno de ellos. Hay en España una media de un poco más de 11 suicidios al día. Se crean protocolos para prevención, se realizan investigaciones y se trata de visibilizar, pero siempre sin lograr descender al dolor. El dolor de la soledad, de la desatención, del miedo, de la inseguridad y de la no escucha, mientras se vierten mensajes banales y consejos sin fundamento a quienes sufren.
Al tiempo que se polariza la política, los medios de comunicación populistas y amarillos, junto a las redes sociales, intensifican esa polarización y manipulan a las personas que son presa del dolor y la inseguridad, que viven una soledad dura y amarga en medio de una multitud que no quiere saber, que no escucha, que no se compromete porque piensa que si mira hacia otro lado desaparecerá la realidad y no le rozará. Pero al final, todas y todos somos presa de las violencias si no las paramos, para ello habrá que reforzar el pensamiento crítico y exigir unos medios de comunicación responsables y serenos, con la ética en el centro, y, por supuesto, mirar de frente, porque mirar hacia otro lado cuando alguien sufre es crueldad.