Los festivales de música se han convertido en uno de los fenómenos culturales más masivos y rentables de nuestro tiempo. Cada año, miles de personas se desplazan, invierten en entradas y colman recintos con el deseo de ver a sus artistas favoritos. Sin embargo, basta con observar con atención la tipografía de los carteles, grande y pequeña, para que surja una pregunta inevitable: ¿dónde están las mujeres?
La escasa presencia femenina como cabeza de cartel no es un accidente ni una casualidad. Responde al reflejo de una industria que, todavía hoy, reproduce estructuras patriarcales y define quién tiene derecho al protagonismo y quién debe permanecer en los márgenes. Aunque se han logrado avances en las últimas décadas, la desigualdad sigue siendo evidente y preocupante.
La música no es un escenario neutral
Desde los inicios de los grandes festivales, a partir de la década de los setenta con hitos como Woodstock o Glastonbury, la participación femenina fue mínima. Cuando aparecían mujeres en el cartel, solían hacerlo como coristas, teloneras o figuras excepcionales dentro de un ecosistema dominado por hombres blancos y guitarras eléctricas.
Las décadas posteriores no transformaron radicalmente esta realidad. Incluso en los años noventa y dos mil, con el auge de voces poderosas como Björk, Alanis Morissette o Beyoncé, pocas lograban encabezar festivales de carácter mixto. La lógica implícita parecía clara: las mujeres podían alcanzar éxito comercial, pero el prestigio del directo en los grandes escenarios seguía reservado, casi en exclusiva, para los hombres.
La excepción más significativa fue Lilith Fair, festival creado en 1997 por Sarah McLachlan. Con un cartel compuesto íntegramente por mujeres, demostró que la rentabilidad y la relevancia no eran patrimonio exclusivo de lo masculino. Durante tres ediciones recaudó más de 60 millones de dólares en Norteamérica y visibilizó a artistas como Sheryl Crow, Tracy Chapman, Lauryn Hill o Fiona Apple. Pese a su éxito, el modelo dominante no se modificó.
Mujeres en la parte baja del cartel
Las estadísticas recientes continúan evidenciando la desigualdad: En los festivales de música, la representación femenina en los carteles apenas ha llegado al 26% en 2025, situándose generalmente por debajo del 25% en los macrofestivales. En 2024, menos del 10 % de las cabezas de cartel en los principales festivales europeos fueron femeninas. Citas como Hellfest o Rock am Ring apenas alcanzaron un 13 % y un 17 % de presencia femenina. En México, la cifra descendió hasta un alarmante 0,8 % en los festivales de gran formato.

Este desequilibrio no se explica por falta de talento. Lo que persiste es una estructura cultural que asocia la genialidad, la técnica y la potencia del espectáculo con lo masculino.
El doble estándar: ¿qué hace falta para ser cabeza de cartel?
La vara de medir no es la misma para todos. Mientras muchos hombres pueden liderar un festival armados únicamente con una guitarra y una camiseta básica, las mujeres se ven obligadas a desplegar espectáculos totales para justificar su lugar.
Coreografías exigentes, estilismos estudiados, efectos visuales y narrativas escénicas se convierten en requisitos casi indispensables para las artistas que aspiran a ocupar la parte alta del cartel. En contraste, a los hombres se les concede con frecuencia el título de “genios del directo” con una propuesta minimalista y sin apenas movimiento en escena.
A ello se suma una crítica mediática sesgada: ellas son evaluadas por su físico, su edad, su tono de voz o su vestimenta; ellos, en cambio, por la autenticidad o la supuesta profundidad de su propuesta artística.
Festivales para nosotras
Ante la exclusión sistemática, han surgido propuestas que reivindican la visibilidad femenina en los escenarios. Iniciativas como Ruidosa Fest en América Latina, La Matria Fest en Chile o Kariña Fest en España buscan romper la norma y demostrar que el talento no entiende de género.
En paralelo, festivales de renombre como Primavera Sound o Sónar han comenzado a implementar políticas de paridad. Si bien estos esfuerzos son pasos importantes, aún enfrentan críticas por la desigualdad persistente en la jerarquía de los carteles.
Ya llenamos espacios, solas
El presente demuestra que el futuro ya está aquí. Artistas como Aitana o Lola Índigo han conquistado estadios y han demostrado que la ambición, la creatividad y la capacidad de convocatoria no son patrimonio masculino.
En 2023, Aitana reunió a más de 160.000 espectadores con su Alpha Tour, logrando hitos en el Estadi Olímpic de Barcelona y el Cívitas Metropolitano de Madrid. Su espectáculo, que combina tecnología, narrativa visual, coreografía y voz en vivo, ha sido aplaudido y criticado con la misma intensidad. Entre las polémicas, no faltaron comentarios que califican sus coreografías de “excesivas” o “indecentes”, juicios que rara vez se aplican a los hombres cuando sexualizan a sus bailarinas. La artista, lejos de retraerse, ha reivindicado su derecho a decidir sobre su propuesta artística.
Por su parte, Lola Índigo ha consolidado un proyecto en el que fusiona flamenco, pop, reguetón, trap y danza urbana. Sus conciertos son experiencias inmersivas que llenan recintos de gran formato y han hecho de ella un referente indiscutible de la nueva escena musical española.
Ambas han demostrado que no necesitan colaboraciones masculinas ni la legitimidad de los festivales tradicionales para llenar estadios y sostener giras internacionales.
Una cuestión de poder, no de cuotas
La discusión sobre la presencia femenina en los festivales trasciende los porcentajes o la representación simbólica. Se trata, en el fondo, de una disputa por el poder: por decidir qué se considera “bueno”, “profundo” o “trascendente” en la música en vivo; por quién tiene derecho a equivocarse sin perder el estatus de estrella; por quién ocupa el centro del escenario y quién queda relegada a la tarde, en un escenario secundario.
Las mujeres ya están listas. Ya llenan recintos, ya innovan, ya inspiran. Lo que falta no son nombres, sino voluntad para transformar estructuras que, todavía hoy, colocan a los hombres en la cima sin cuestionamientos.
Los festivales del futuro no pueden seguir ignorando a la mitad del talento disponible. Porque la pregunta ya no es “¿dónde están ellas?”, sino: ¿a qué esperan los festivales para reconocerlas?